El
paraje de la fuente Bernate fue urbanizado hacia 1836, según nos
consta en el escudo que la presidía. Finalizando el siglo XIX y
dando sus primero pasos el XX fue uno los objetivos de los fotógrafos
que hacían reportajes gráficos sobre Requena. Ahora sigue siendo un
lugar encantado y encantador. Encantado porque contiene todas y cada
una de las aventuras que allí vivimos los críos de Requena, y
encantador porque sigue siendo un acogedor lugar, sobre todo en
verano a la sombra de sus plátanos, de su álamos y sus moreras.
Yo
vivía en la Carretera -entonces se llamaba del Generalísimo, hoy de
la Constitución- y salía de mi casa en dirección al puente
Valencia. El camino de la fuente Bernate comenzaba junto a una linda
casa con jardincito que se llamó sucesivamente “La gota de la
leche”, luego Escuela de Artes y Oficios, luego Sanidad y ahora
creo que está la Cruz Roja. Desde allí se descendía hasta una
pequeña explanada en la que destaca una fuente con tres caños que
vierten su agua en un pilón, la pared está reforzada con ladrillo y
rematada con un frontón, a ambos lados de la fuente hay un banco
corrido.
Más
allá de la fuente vemos un sinuosos camino que asciende hacia las
viñas y pinadas, a la izquierda unos tupidos bancales que descienden
hasta el lecho del Regajo, flanqueado por haces de juncos y que el
camino cruza por un puente a cuya sombra jugábamos y jugábamos... A ambos lados del camino se plantaron plátanos, hoy realmente frondosos. En la margen izquierda del río algunos árboles parecían estar puestos para frenar la
erosión de un bancal de tierra que salva el desnivel con los
terrenos que iban a dar a la Calera. En mis tiempos había, a la
derecha del camino, entre la fuente y el río, un abrevadero para las
caballerías, hoy desaparecido. Otras veces iba, en aquellos años
cincuenta, por el camino de la Callejuela, el viejo lavadero donde
todavía encontraba mujeres lavando. Desde allí por una empinada y
corta senda descendíamos al rellano de la fuente.
Cuando
se llega a la fuente Bernate lo primero que se hace es acercarse a
beber.El agua salía con tal fuerza que llenaba todo el diámetro de
los caños ¡Cuantos cántaros, botijos, botellas se llenaron allí!
El caudal era inmenso. A veces, en la atardecida, cuando ya cansada
de jugar iniciaba el retorno a casa se oía la pequeña sinfonía que
interpretaba la caída del gua en el pilón, los caños no se
cansaban de lanzar agua, y el pilón tampoco de acogerla y
reconducirla, un hermoso juego de agua que, en más de una ocasión,
en ese inacabable baile el agua salpicaba fuera y formaba un charco
un tanto fangoso, pero que sabíamos eludir para “arrimar”
nuestra boca a uno de los caños de los extremos. No ha habido
ocasión que haya ido yo a la fuente Bernate, incluso ya de mayor,
que no haya bebido agua, es como un amoroso ritual. Después de beber
había que acercarse a la vera del Regajo.
El
Regajo, ¡esa miniatura de río!, ese pequeño-gran río que fue el
escenario natural de infinidad de aventuras. Era un riachuelo de
aguas cristalinas, tan transparente que veíamos los renacuajos
nadar. Tan limpia pasaba el agua que hasta se podía beber
directamente del río y así lo hicimos muchas veces. El cauce no era
muy ancho, posiblemente un adulto lo cubriese de una zancada, pero
nosotros necesitábamos piedras allí, justamente, un poco antes del
puente, para cruzar el Regajo una y otra vez, infinidad de veces.
¡Era un pasatiempo increíble!
En
los límites de lo que la memoria retiene y lo que te cuentan que
sucedió recuerdo la siguiente anécdota. Un día mandaron a mi
hermano a recogerme al colegio de las Monjas, que estaba en la
Glorieta, yo debía andar entre los 3 y los 4 años y mi hermano
entre los 7 y los 8. Y sí, me recogió, y bien sujetita de la mano
me llevó con él a la fuente Bernate. Allí supongo que el juego nos
abrió uno de esos paréntesis en los que el resto del mundo deja de
existir. Llegó la hora de la comida y los niños no aparecimos por
casa, el camino del colegio estaba bien trillado, por tanto era
imposible perderse. El sofocón de mis padres debió ser supino. A
alguien se le ocurrió que había que buscar en la fuente Bernate y
allí fue mi padre, nosotros estábamos contentos y felices. El
“zamarreo” a mi hermano creo que fue sonado. Esta anécdota no
deja de traslucir la “pasión” que la fuente Bernate suscitaba
entre los niños de Requena.
Por
la memoria me baila el recuerdo de los primeros años andar cerquita
de la fuente. Aquel banco corrido, pegado al muro de piedra, servían
para hacer casitas con las muñecas, la explanada para saltar a la
comba...pero no tardé mucho en alejarme del epicentro. Primero
fueron los cañaverales, intensamente verdes, que había encima del
bancal de la fuente ¡impresionantes! Casi la selva virgen para
aquella imaginación mía que ya se alimentaba de las películas del
Cinema o del Principal. La fuente Bernate y todo el entorno del
Regajo, desde el puente Valencia hasta el nacimiento de Reinas se
convirtió en el escenario natural donde yo revivía, a mi manera,
aquellas películas que habíamos visto en el cine, el sábado y el
domingo por la tarde. Pronto tuve como compañeros de juegos y
aventuras a mi primo Tonín, unos meses más joven que yo, pero
parecíamos gemelos inseparables, íbamos juntos a todos los sitios.
Otro cinéfilo, no había película del “oeste”, de safari, o de
cualquier cosa que no fuésemos capaces de revivir.
Desde
el puente que cruza el Regajo en la misma fuente, hasta su
nacimiento, el riachuelo transcurría por un encajonado valle más o
menos transitable por una senda que seguía el lecho del río. Hasta
la fuente Baldomeros le senda no ofrecía problemas, al menos para
críos como nosotros. Recuerdo aquellos bancales cubiertos de espesa
y mullida hierba, nos servían para tumbarnos y casi dormir. Hasta
allí iban muchas familias a pasar la tarde con los niños. Poco
después de rebasar la casa de Baldomeros el río se encajonaba y las
laderas adquirían verticalidad, supongo que para los hombres que
cultivaban las huertecillas que por allí había no era un problema,
pero para nosotros el paraje iba adquiriendo aspectos más
peligrosos. Pasó a convertirse en territorio comanche, en profunda
selva africana, en el gran cañón del Colorado....
Conforme
íbamos creciendo nos fuimos aventurando mi primo Tonín y yo Regajo
arriba. Recuerdo que los matorrales nos arañaban, que la densa
hierba, las espinosas zarzas y los puntiagudos juncos del río nos
dificultaban el caminar. Los verdes bancales pasaron a ser muros de
tierra y roquedales. Y cuando llegamos a las rocas que formaban el
nacimiento del Regajo en Reinas, aquel hermoso espectáculo de ver
salir las aguas por diferentes recovecos a modo de cascadas, nos hacía tan felices que
dudo que cuando Livingstone descubrió las Cataratas Victoria lo
fuera tanto. Y nos seguía haciendo felices cada vez que recorríamos
el itinerario.
La
Fuente Bernate todavía tenía más entretenimientos. En la margen
izquierda del Regajo, enfrente mismo de la fuente había un bancal
pelado, de tierra y con una cierta pendiente. A alguien se le debió
ocurrir utilizarlo a modo de estación de esquí de secano, o de
tobogán, esas cosas que ahora tienen los niños en los parques
infantiles y nosotros al natural. Subíamos el bancal como podíamos
haciendo escalerilla con las piedras y una vez en lo alto, en
cuclillas nos deslizábamos por el terraplén sin más tabla de
“surf” que nuestros zapatos ¡Ah, nuestros zapatos! Mejor dicho
¡Ah nuestros pies! Porque los zapatos eran casi eternos y nuestros
pies crecían más rápidos que ellos pero no nos impedían jugar...
De
la fuente Bernate subía un camino hacia la otrora glamurosa
Casablanca, una casona señorial en el campo, como hay varias en
Requena, pero ya venidas a menos. Desde allí continuaba hacia la
pinada del “Nacimiento”, pero nosotros preferíamos atravesar
viñas, ribazos y cuantos desniveles pudiésemos encontrar, porque
automáticamente se convertían en un lugar de aventuras.
Agua
clara que brota en cantarina fuente o discurre rumorosa por un
humilde riachuelo, que orada rocas en su nacimiento, que hace brotar
la hierba en mullidos bancales, o riega una discreta, pero fértil
huerta que se extendía en una cromática paleta de verdes a los pies
de Las Peñas. Tupidos cañaverales la perfilan, manojos de juncos la
flanquean, espigas de lavanda perfuman el aire. Plátanos y álamos
custodian los caminos hacia los viñedos, hacia las pinadas en los
montes. El pálpito de la Creación es tan intenso que bien podríamos
decir que cuando desapareció el Edén, allí quedó un cachito. Es
la fuente Bernate. “Uno no es de Requena si no” ha pasado parte
de su niñez en aquella fuente.
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