Nacida para ser una humilde huerta conventual, la revolución
liberal burguesa la convirtió en elegante dama para asistir a
conciertos, verbenas, fiestas, juegos..., lugar de encuentro y esparcimiento de
los requenenses durante más de siglo y medio. Ahora, cuando la ciudad se ha
expandido hacia poniente, la Glorieta, oficialmente llamada Parque Infantil del
Dr. Gómez Ferrer, reposa más tranquila, como una gran dama en su hermoso jardín.
En verano, cuando voy de vacaciones, me gusta sentarme en
ella, charlar con la gran dama y dejar que vaya desgranando sus historias. ¡Las
cuenta tan bien! Ni siquiera es necesario cerrar los ojos. Sentada en
cualquiera de aquellos bancos de piedra puedes escuchar los sonidos de la banda
de música, o los gritos de los niños, saborear los olores del bar cuando había
verbena, visualizar el abigarrado colorido de los concursos de disfraces
infantiles en la Fiesta de la Vendimia.
Yo conocí la Glorieta en la década de 1950, para entonces ya llevaba más de un siglo acogiendo a los requenenses. Mi memoria no puede ir
más allá de mis cuatro o cinco años, pero entre los primeros recuerdos están los de unas noches veraniegas
de verbena en los que yo me lo debí de pasar muy bien por el grato revivir de aquellas escenas, sonidos y sabores. En aquellas fechas mis padres tenían la concesión del bar de la Glorieta. La barra estaba ubicada en un habitáculo al interior de la gran arcada que, a modo de porche, cierra el parque por su lado sur. Era un sitio pequeño pero allí había barriles
de cerveza, todavía de madera y cubas con papas fritas, que no se de donde venía, pero olían y
sabía como algo muy especial. Las mesas y sillas eran de madera, plegables, se
colocaban fuera. Farolillos de colores y guirnaldas de bombillas circundaban el recinto. En la tómbola
la orquesta tocaba pasodobles, boleros..., todo lo que estaba de moda y fuese
bailable. Como mis padres estaban muy atareados yo iba de acá para allá, en un permanente jugar, recuerdo todo aquello como algo muy sabrosón.
La Glorieta era, entre otras cosas, un parque musical. Cuentan que los domingos
por la mañana tocaba la banda municipal en la tómbola. Por la tarde había baile. La
orquesta habitualmente solía estar integrada por gente del mismo pueblo y los cantantes o
vocalistas también lo eran, personas que trabajaba en sus cosas pero tan aficionadas y con
tan buena voz que recreaban las canciones de moda. Pero esto pertenecía al
mundo de los mayores. El mío era otro.

En la Glorieta había -y todavía están aunque tan deteriorados que parece que se van a caer de un momento a otro- dos hermosos edificios del siglo XVIII. En uno de ellos estaba
instalado un convento de la congregación religiosa de Nuestra Señora de la
Consolación, dedicado a la enseñanza. Debía asistir a él algún tiempo, tal vez
a modo de guardería no lo recuerdo bien, pero sí recuerdo la gran bondad de madre Pilar y madre Enriqueta.
Los recreos eran en la soleada Glorieta. Luego me llevaron a iniciar primaria
en las escuelas Alfonso X el Sabio, pero ya había crecido lo suficiente para
poder ir sola, sin que me acompañase nadie, a jugar a la Glorieta. ¡Dios mío que
tiempo tan feliz! Las niñas jugábamos a la comba, al escondite, a la marica, al
corro... Los niños al guá y al chavo. Al guá aprendí a jugar, pero al chavo
nunca atinaba.
Entre los 9 y los 14 años estudiamos lo que entonces se denominaba el Bachiller Elemental, ubicado en el exconvento del Carmen, a espaldas de la Casa consistorial. Aunque las clases eran mixtas, las chicas estábamos
a un lado y los chicos a otro. En el recreo seguía la misma separación. Desde
el viejo Instituto se salía a la Glorieta por una puerta que había
en lo alto de una escalerilla, junto a la Biblioteca Municipal, y allí
teníamos nuestro recreo las chicas. En teoría no se podía salir de la Glorieta,
doña Anita, la celadora, era muy estricta. A decir verdad, escaparse aunque
fuera unos minutos era todo un placer. Pues sí. Solía escaparme, de vez en cuando, a comprar el
bocadillo del almuerzo, un delicioso bocata hecho con el panecillo comprado en
el horno de mi tío Luis Piqueras y bien relleno, en los ultramarinos de Pepe el Gallo, de rico atún o caballa y olivas rellenas. Todo eso estaba a un paso, en los
callejones y en la plaza de España. Muy cerca.
Y ¡Como no citarla! En un rincón de aquel hermoso parque estaba la Biblioteca Pública Municipal. ¡Que ratos tan buenos pasé allí sumergida en sus tebeos y libros! ¡Ratos no, tardes enteras! Pero eso es objeto de otro escrito.
La Vieja gran dama me sonríe. ¡Cuantos recuerdos como los
míos! ¡Cuanta dosis de felicidad infantil alberga! La primavera y el estallido
de sus rosales, el verano con la fresca sombra de sus plátanos y los lidones
que soltaban unas simientes muy dulces. En el otoño, esa preciosa estación de
amarillas hojas y aquellos inviernos que, aun sintiendo los dedos de los pies y
las manos entumecidos, no dejábamos de jugar. Cuando llovía nos refugiábamos en
la tómbola o bajo la arcada, al final de la cual había
un cierto desnivel con la calle actual Antonio Pérez, el arco de cierre nos servía de trampolín para “tirarnos” y volver a subir. No era una altura peligrosa, pero para lo pizco que éramos no dejaba de tener algún riesgo.
Los años fueron pasando. La Feria se trasladó a la Avenida.
El Instituto al “fin del mundo” así nos parecía que distaba aquel lejano edificio que era nuestro nuevo instituto -hoy IES nº 1- Fuimos creciendo y cambiando lugares de diversión y esparcimiento. La infancia quedó atrás, y tras la adolescencia muchos iniciamos la juventud marchando a seguir estudiando a Valencia, luego a donde había
trabajo. Cuando tuve hijos y volvía en vacaciones, mi padre los llevaba a la
Glorieta, igual que a mis sobrinas. Todos ellos recuerdan la Glorieta como algo
vinculado a esa maravillosa parte de nuestra vida que es la infancia.
Desde mi salida de Requena algunas cosas cambiaron. Me
cuenta mi Vieja gran dama que se cerró la arcada para convertir aquel gran porche en
guardería, a la tómbola se le cayó el techo y luego se volvió a poner. Es más, a todo el parque se le circundó
con una hermosa rejería. Pero no era la primera vez que la
Glorieta estuvo vallada, aunque yo la conocí sin rejas.
Me enseña una
fotografía de principios del siglo XX o finales del XIX, no se acuerda, en ella
la tómbola está flanqueada por un espeso arbolado. En 1883 se hizo un proyecto con una preciosa verja, pero ésta desapareció. Todavía aparece en postales de hacia 1920. No obstante quienes eran niños a comienzo de los años treinta recuerdan la Glorieta sin rejas.
Sin rejas aparece una fotografía que denomina a la plaza del Ayuntamiento "Plaza del General Mola". Luego debió de arreglarse el edificio del Ayuntamiento, la tómbola, los bancos, los arriates y
adquirir el aspecto que tenía cuando la conocí.
Hoy mis queridos árboles son de
grueso tronco y frondosas ramas, cuando me siento a contemplarlos es como abrir un caleidoscopio en verde y dorado, la Vieja gran dama vuelve a acogerme amorosamente, un suspiro hecho oración da gracias a Dios por haber nacido y vivido, parte de mi vida, en la austera, pero entrañable Requena.
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