jueves, 10 de septiembre de 2015

LA GLORIETA, ESA VIEJA GRAN DAMA

Nacida para ser una humilde huerta conventual, la revolución liberal burguesa la convirtió  en elegante dama para asistir a conciertos, verbenas, fiestas, juegos..., lugar de encuentro y esparcimiento de los requenenses durante más de siglo y medio. Ahora, cuando la ciudad se ha expandido hacia poniente, la Glorieta, oficialmente llamada Parque Infantil del Dr. Gómez Ferrer, reposa más tranquila, como una gran dama en su hermoso jardín. 

    En verano, cuando voy de vacaciones, me gusta sentarme en ella, charlar con la gran dama y dejar que vaya desgranando sus historias. ¡Las cuenta tan bien! Ni siquiera es necesario cerrar los ojos. Sentada en cualquiera de aquellos bancos de piedra puedes escuchar los sonidos de la banda de música, o los gritos de los niños, saborear los olores del bar cuando había verbena, visualizar el abigarrado colorido de los concursos de disfraces infantiles en la Fiesta de la Vendimia.

Yo conocí la Glorieta en la década de 1950, para entonces ya llevaba más de un siglo acogiendo a los requenenses. Mi memoria no puede ir más allá de mis cuatro o cinco años, pero entre los primeros recuerdos están los de unas noches veraniegas de verbena en los que yo me lo debí de pasar muy bien por el grato revivir de aquellas escenas, sonidos y sabores. En aquellas fechas mis padres tenían la concesión del bar de la Glorieta. La barra estaba ubicada en un habitáculo al interior de la gran arcada que, a modo de porche, cierra el parque por su lado sur. Era un sitio pequeño pero allí había barriles de cerveza, todavía de madera y cubas con papas fritas, que no se de donde venía, pero olían y sabía como algo muy especial. Las mesas y sillas eran de madera, plegables, se colocaban fuera. Farolillos de colores y guirnaldas de bombillas circundaban el recinto. En la tómbola la orquesta tocaba pasodobles, boleros..., todo lo que estaba de moda y fuese bailable. Como mis padres estaban muy atareados yo iba de acá para allá, en un permanente jugar, recuerdo todo aquello como algo muy sabrosón.

    La Glorieta era, entre otras cosas, un parque musical. Cuentan que los domingos por la mañana tocaba la banda municipal en la tómbola. Por la tarde había baile. La orquesta habitualmente solía estar integrada por gente del mismo pueblo y los cantantes o vocalistas también lo eran, personas que trabajaba en sus cosas pero tan aficionadas y con tan buena voz que recreaban las canciones de moda. Pero esto pertenecía al mundo de los mayores. El mío era otro.

Desde 1851 la Feria se celebraba en la plaza consistorial. Me parece que la Fiesta de la Vendimia se configuró en 1947, y en esas fechas todavía la Glorieta tenía una relevancia, que paulatinamente iría perdiendo, y allí estaban el tiovivo, los cochecitos, el tren de la bruja, las barcas... Lo cierto es que en mis años de infancia en la Glorieta se celebraba el desfile de disfraces infantiles. Se montaba un tablado en el que solía haber un presentador y un señor que ayudaba a los niños a subir y a bajar. También estaban el presidente y la reina infantiles centrales de la Fiesta. No faltaban los músicos para amenizar el cotarro. Todos los años mi madre, como tantas otras madres de Requena, me disfrazaba de algo. Desde bien pequeña hasta los 6 años: requenense, torera, hawaiana,bailarina, cigarrera.

    En la Glorieta había -y todavía están aunque tan deteriorados que parece que se van a caer de un momento a otro- dos hermosos edificios del siglo XVIII. En uno de ellos estaba instalado un convento de la congregación religiosa de Nuestra Señora de la Consolación, dedicado a la enseñanza. Debía asistir a él algún tiempo, tal vez a modo de guardería no lo recuerdo bien, pero sí recuerdo la gran bondad de madre Pilar y madre Enriqueta. Los recreos eran en la soleada Glorieta. Luego me llevaron a iniciar primaria en las escuelas Alfonso X el Sabio, pero ya había crecido lo suficiente para poder ir sola, sin que me acompañase nadie, a jugar a la Glorieta. ¡Dios mío que tiempo tan feliz! Las niñas jugábamos a la comba, al escondite, a la marica, al corro... Los niños al guá y al chavo. Al guá aprendí a jugar, pero al chavo nunca atinaba.

Entre los 9 y los 14 años estudiamos lo que entonces se denominaba el Bachiller Elemental, ubicado en el exconvento del Carmen, a espaldas de la Casa consistorial. Aunque las clases eran mixtas, las chicas estábamos a un lado y los chicos a otro. En el recreo seguía la misma separación. Desde el viejo Instituto  se salía a la Glorieta por una puerta que había en lo alto de una escalerilla, junto a la Biblioteca Municipal, y allí teníamos nuestro recreo las chicas. En teoría no se podía salir de la Glorieta, doña Anita, la celadora, era muy estricta. A decir verdad, escaparse aunque fuera unos minutos era todo un placer. Pues sí. Solía escaparme, de vez en cuando, a comprar el bocadillo del almuerzo, un delicioso bocata hecho con el panecillo comprado en el horno de mi tío Luis Piqueras y bien relleno, en los ultramarinos de Pepe el Gallo, de rico atún o caballa y olivas rellenas. Todo eso estaba a un paso, en los callejones y en la plaza de España. Muy cerca.
    Y ¡Como no citarla! En un rincón de aquel hermoso parque estaba la Biblioteca Pública Municipal. ¡Que ratos tan buenos pasé allí sumergida en sus tebeos y libros! ¡Ratos no, tardes enteras! Pero eso es objeto de otro escrito.

    La Vieja gran dama me sonríe. ¡Cuantos recuerdos como los míos! ¡Cuanta dosis de felicidad infantil alberga! La primavera y el estallido de sus rosales, el verano con la fresca sombra de sus plátanos y los lidones que soltaban unas simientes muy dulces. En el otoño, esa preciosa estación de amarillas hojas y aquellos inviernos que, aun sintiendo los dedos de los pies y las manos entumecidos, no dejábamos de jugar. Cuando llovía nos refugiábamos en la tómbola o bajo la arcada, al final de la cual había un cierto desnivel con la calle actual Antonio Pérez, el arco de cierre nos servía de trampolín para “tirarnos” y volver a subir. No era una altura peligrosa, pero para lo pizco que éramos no dejaba de tener algún riesgo.

    Los años fueron pasando. La Feria se trasladó a la Avenida. El Instituto al “fin del mundo” así nos parecía que distaba aquel  lejano edificio que era nuestro nuevo instituto -hoy IES nº 1- Fuimos creciendo y cambiando lugares de diversión y esparcimiento. La infancia quedó atrás, y tras la adolescencia muchos iniciamos la juventud marchando a seguir estudiando a Valencia, luego a donde había trabajo. Cuando tuve hijos y volvía en vacaciones, mi padre los llevaba a la Glorieta, igual que a mis sobrinas. Todos ellos recuerdan la Glorieta como algo vinculado a esa maravillosa parte de nuestra vida que es la infancia.

Desde mi salida de Requena algunas cosas cambiaron. Me cuenta mi Vieja gran dama que se cerró la arcada para convertir aquel gran porche en guardería, a la tómbola se le cayó el techo y luego se volvió a poner. Es más, a todo el parque se le circundó con una hermosa rejería. Pero no era la primera vez que la Glorieta estuvo vallada, aunque yo la conocí sin rejas. 

    Me enseña una fotografía de principios del siglo XX o finales del XIX, no se acuerda, en ella la tómbola está flanqueada por un espeso arbolado. En 1883 se hizo un proyecto con una preciosa verja, pero ésta desapareció. Todavía aparece en postales de hacia 1920. No obstante quienes eran niños a comienzo de los años treinta recuerdan la Glorieta sin rejas. 

Sin rejas aparece una fotografía que denomina a la plaza del Ayuntamiento "Plaza del General Mola". Luego debió de arreglarse el edificio del Ayuntamiento, la tómbola, los bancos, los arriates y adquirir el aspecto que tenía cuando la conocí. 

Hoy mis queridos árboles son de grueso tronco y frondosas ramas, cuando me siento a contemplarlos es como abrir un caleidoscopio en verde y dorado, la Vieja gran dama vuelve a acogerme amorosamente, un suspiro hecho oración da gracias a Dios por haber nacido y vivido, parte de mi vida, en la austera, pero entrañable Requena.

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