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Máquina a vapor y vagones (1) |
No sabría explicar la fascinación que ejercía en nosotros ver pasar el tren. Lo cierto es que mi primo Tonín y yo nos íbamos muchas tardes del largo y cálido verano a la estación del ferrocarril a ver pasar el tren. Mi madre cuenta que en los años treinta y cuarenta la gente salía a pasear hasta la estación y ver quién llegaba o quién se iba, era todo un ritual social, pero a nosotros la gente nos daba igual, el objeto de nuestra marcha aventurera era ver pasar el tren. En la década de los cincuenta, la mayoría de los trenes mantenían su silueta tradicional de la locomotora de vapor con vagones, aunque a partir de 1952 ya circulaban los míticos trenes taf, rápidos, impulsados por diesel, de asientos confortables, aire acondicionado y cocina. La estación de Requena, en el trayecto Valencia-Madrid, también conocía el paso de esos trenes rápidos, pero a nosotros no nos resultaban seductores, los que nos gustaban eran los otros, los de siempre, los viejos dragones de negra armadura y articulada cola en vagones de madera. En realidad, nunca llegué a subirme a un taf, lo más moderno que conocí, y varias décadas después, fue el tren talgo. Me inclino a pensar que, dado que nuestra incorporación al mundo real fue casi en paralelo al que nos presentaban las películas, el tren pasó a adquirir en nuestro imaginario colectivo una aureola romántico-aventurera tal como veíamos en las películas o leíamos en los libros.
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Estación de Requena (2) |
Lo cierto es que nuestro “héroe”, aquel a quien salíamos a esperar y ver pasar, era el viejo tren con vagones de primera, segunda y tercera clase, con aquellas locomotoras a vapor de inmensas y relucientes calderas negras, rematadas por una chimenea de las que salía un espeso humo y resoplaba vapor por entre aquellas majestuosas ruedas como si de un dragón sin alas se tratase; luego la marquesina, que cobijaba al maquinista encargado de alimentar permanentemente las fauces hambrientas del dragón; y en su popa, en el último de los vagones, había como un balconcillo para escenas de despedida. El entrechocar de los vagones en el primer intento de arrancar, el chirriar de los frenos cuando paraba, el inconfundible pitido del silbato que anunciaba su llegada o su salida o hendía la noche en los trayectos largos, el retemblar del suelo de la estación momentos antes de que el tren arribase son sonidos encriptados en mi memoria, como lo está el olor de la carbonilla que siempre me gustó.
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El hospital de san Francisco desde la estación (3) |
Independientemente
de la fascinación por los trenes, la estación de Requena siempre me pareció
bella y me sigue pareciendo un lugar delicioso. Tal vez porque al seguir
estando en el límite norte de la ciudad, la invasión del cemento se ha parado,
al menos de momento, a sus puertas y la vista desde el andén sigue siendo un
verdadero recreo para los ojos. El trayecto de vía de la
estación de Requena está enmarcado entre dos curvas, una de entrada y otra de
salida, de modo que nunca podíamos ver venir el tren en la lejanía, sólo cuando
los dos poderosos parachoques, a modo de punta de lanza, envestían el aire de
una de las curvas, aquel hermoso dragón nos mostraba su brillante armadura
negra e iniciaban su rechinante frenado. A la izquierda de la estación, el
puente de Piedra hacía como de arco de triunfo para recibir a nuestro héroe
cuando arribaba desde Madrid, habiendo atravesado las llanuras castellanas y los
hermosos pinares de Cuenca. A la derecha, el campanario del convento de San
Francisco en la Loma parecía hacernos guiños cuando el tren pitaba a la altura
de la fuente de Reinas y trotaba feliz tras el esfuerzo de subir las cuestas desde Buñol, dispuesto a echar un trago de la gustosa agua de Requena,
que se le tenía reservada en un inmenso depósito y se le servía a través de unas
largas mangueras que todavía sobreviven.
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Camino de la estación |
No era
que pasasen muchos trenes, el de la mañana que bajaba a Valencia y regresaba a
la tarde-noche, el de media mañana que partía para Madrid, y el de media tarde,
hora de nuestras aventuras, que venía de Madrid. Salíamos de nuestra casa en la
calle del Generalísimo a comienzo de la tarde hasta la plaza de Janini y bien por
el camino habitual, que trascurría por la avenida del General Pereyra, o por otro, casi paralelo entre esta y la vía, que era de tierra y discurría entre descampados desde el silo
del trigo hasta el teatro Principal, por donde hoy están las calles Luis Vives, Capitán
Gadea. Ramón y Cajal y Doctor Fleming. El trayecto por General Pereyra partía
de la esquina con la Enológica, una antigua postal lo presenta umbroso, con
grandes árboles a ambos lados de la calle, sin más edificio que el de estilo
modernista que todavía se conserva. En mis tiempos ya no había tantos árboles y
las edificaciones urbanas habían proliferado. Más allá del edificio y patios
del grupo escolar Alfonso X el Sabio, estaba el taller de coches de Arroyo y
otras casas. Sobrepasada la calle de Colón, entonces conocida por calle de
Correos, había una gran harinera de estilo totalmente modernista, que en los
setenta se adecuó para viviendas y conserva su estilo con gracia. Al otro lado
de la calle, recuerdo algo así como una bodega cuyas paredes estaban pintadas de
un color vino ya desgastado.
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Avenida de la Estación |
Y llegábamos al cruce con lo que se denominaba
avenida de la Estación,
que las postales de comienzos del siglo XX nos presentan con arbolado, desde allí el trayecto era
corto y desembocaba en una amplia explanada al fondo de la cual está ubicada la
estación.
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Edificio central de la estación |
El
edificio de la estación es de una sola planta con tejado a dos aguas y puertas y
ventanas rematadas en arcos de medio punto, ante el cual unos cuantos peldaños
salvaban el desnivel con el suelo. Un estilo típico de Renfe, tan extendido por
toda la geografía de España, que rara ha sido la estación que yo haya visto y no me haya
recordado a la de Requena. En este edificio, en el que en las postales antiguas podemos ver la
presencia de chimeneas, estaba la vivienda del jefe de estación, un señor con
una simpática gorra en rojo y azul y armado siempre con un silbato en la boca y una
bandera enrollada en la mano que desplegaba para anunciar al maquinista que
podía partir. También estaban el despacho del jefe, las taquillas que se abrían
un ratito antes de la llegada del tren y la sala para viajeros, é
esta última, a decir verdad, poco hospitalaria. Me parece recordar un banco de piedra corrido junto a la pared y las paredes siempre con pintadas.
esta última, a decir verdad, poco hospitalaria. Me parece recordar un banco de piedra corrido junto a la pared y las paredes siempre con pintadas.
Delante del edificio, a
la izquierda, estaban las agujas del cambio de vías, que nos encantaba escudriñar
pero sin tocar, hasta que salía el Jefe de estación o algún operario a moverlas
y veíamos cambiar las vías para que el tren se orientase en una dirección o en otra. El reloj y las agujas de cambio de vía permanecen como verdaderas reliquias de aquel entonces.
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Mangueras para el agua a ambos lados de la estación |
Junto
al edificio principal había dos pequeñas edificaciones a la izquierda, una
donde se alojaba el bar, acompañado de un pequeño jardín con mesitas, que invitaba
a sentarse allí mientras llegaba el tren. En verano, lo recuerdo como un sitio
glamuroso y encantador. Algo más allá había un edificio minúsculo donde estaban
los urinarios. A la derecha del andén estaba el depósito del agua y junto a las
vías, las mangueras que abastecían de agua a las calderas. El andén originario estaba
sombreado con gruesos árboles, que no sé cuándo desaparecieron, y no tenía
marquesina como ahora.
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Báscula y solar donde estuvo el almacén de materiales |
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Andén de la estación |
El
andén de la estación de Requena en invierno era y es un lugar bien oreado, de abrigo
y bufanda, pero en verano toda una delicia. En mi infancia cualquier cosa nos distraía y
entretenía hasta que llegaba el tren, los últimos minutos se iban del reloj a
la vía como si nos fuera la vida en ello, con el trepidar del suelo nos
decíamos: ¡ya viene, ya viene! El silbido y la humareda, el choque de los
vagones al frenar, el apresurarse de la gente que se iba, la acogida a los que
llegaban, todo era un puro espectáculo para nuestros infantiles ojos fijos en el
tren hasta que desaparecía por una de las curvas.
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Huertas al pie del Silo |
(1) https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Engine_3440_ex_GWR_City_of_Truro.jpg
(2) "Despedida en la estación". Fotografía propiedad de Marisa García Domenech, reproducida en Fotos de Requena y comarca https://www.facebook.com/groups/326999954152443/search/?query=Estaci%C3%B3n. Y la fotografía del mercancías saliendo de Requena el 3 de junio de 1966 es propiedad de José Martinez de Dios, Fotos de Requena y comarca https://www.facebook.com/groups/326999954152443/search/?query=1966
(3) Postal Fotografía agosto 2015
grandes y maravillosos recuerdos de una infancia, casi compartida en el tiempo,una gran descripción y unos sentimientos que afloran con la lectura.Gracias por transmitir sensaciones ,ubicaciones y hasta el olor de las estaciones del año a lo largo de tus relato.
ResponderEliminargrandes y maravillosos recuerdos de una infancia, casi compartida en el tiempo,una gran descripción y unos sentimientos que afloran con la lectura.Gracias por transmitir sensaciones ,ubicaciones y hasta el olor de las estaciones del año a lo largo de tus relato.
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