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INEM, R. Bernabéu. Hª de Requena |
Una tarde de septiembre de 1961, con mis 10 añitos cumplidos,
cruzaba yo el umbral del Instituto, un vetusto edificio junto a la
iglesia del Carmen y del que no tenía ni idea de lo que era ni para
lo que servía, solo que en vez de ir a la escuela iba a ir allí.
Unos meses antes, alguien me dijo: “Cuando termines la clase con
doña Emilia baja a la de don Rafael”. Había que prepararse para
una cosa que se llamaba “Ingreso” en la que me iban a pedir saber
dividir por no sé cuantas cifras y escribir correctamente, sin
faltas de ortografía. Andaba yo por la enseñanza primaria elemental
y mi madre, que tenía claro que yo tenía que seguir estudiando, me
mandaba a que me preparasen para ese ingreso. Efectivamente,
estábamos en la escuela Alfonso X el Sabio, las chicas arriba y los
chicos abajo, y cuando terminó mi horario bajé a la clase de don
Rafael Bernabéu, que era de chicos, allí me puso una división que
tenía demasiados números para mí. No recuerdo qué tiempo estuve
con don Rafael, pero supongo que aquellas divisiones de tantos
números dejaron de ser problemas, porque aunque no recuerdo ni
cuándo ni cómo me examiné, sí que aprobé el “Ingreso” y
comencé a ir al Instituto.
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Portada del INEM, R. Bernabéu. Hª de Requena |
No recuerdo que ir al Instituto me costase ningún trauma. Ya de
mayor he oído tantas tonterías sobre la educación que me pregunto
si es que los niños de entonces éramos algo así como
extraterrestres. Efectivamente yo venía de una escuela pública de
primaria –de la que ya hablaré– en la que había tenido la misma
maestra durante dos años y habíamos utilizado la Enciclopedia
Álvarez, de primer y segundo grado, y me habían tratado muy
familiarmente y, de golpe, pasé a tener un montón de asignaturas a
la semana con diversos profesores, cada día podíamos tener cuatro
diferentes y nos trataban de usted, pero no recuerdo que nadie se
traumatizase por ello. Es más, las fotos de aquella época me siguen
hablando de niños alegres y divertidos. A fin de cuentas, al
principio, solo se trataba de ir a una clase diferente a la de la
escuela.
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En el Instituto viejo, con don Cándido |
La verdad es que, sobre todo en los cuatro años del bachiller
elemental, mi tiempo de estudio transcurrió en paralelo a las
“tardes de cine”, a las lecturas en la Biblioteca, a las
excursiones al campo y a mi propio mundo de sueños. Ir al Instituto
era tan divertido como lo demás, simplemente me gustaba ir. Otra
cosa es el nivel de atención que prestaba a las clases o mi
rendimiento escolar. Sinceramente, los primeros cursos fueron más
bien regular, pero los aprobé. No obstante, tengo dos recuerdos que
entran en la categoría de “lo terrorífico”: el momento de
entregarle a mi madre el boletín trimestral de notas y la salida del
cine el domingo por la tarde, cuando, tras el the end
correspondiente, me acordaba de las tareas que tenía pendientes. No
era siempre, pero sí con frecuencia, sobre todo de asignaturas que
no me gustaban. Las que me encantaban no había problema. Tampoco
debía ser un caso aislado, pues éramos un buen grupo los alumnos
que por las tardes, al salir del Instituto, íbamos a “clases de
repaso”.
¡Ay, aquellas clases de repaso! ¡Pero qué bien lo pasábamos!
Recuerdo a muchos de los profesores “de repaso” que tuve, admito
que nos ayudaron. No puedo precisar si es que era un zoquete o
simplemente me distraía en algunas clases, sobre todo en las de
matemáticas, lo cierto es que casi todo el bachiller elemental
asistí a esas clases. Unas veces eran maestros profesionales que por
la tarde nos instruían, recuerdo al entrañable don Sebastián
Reverte, allí en una escuela, frente al comienzo de la cuesta de las
Carnicerías, y sus famosos “chavos”, una retahíla de
operaciones matemáticas que, sinceramente, pienso que me facilitaron
agilidad mental en el cálculo matemático. En segundo y tercero no
recuerdo con quien íbamos, pero me parece que era en un local cerca
del Cinema. En cuarto fuimos con Luis García, pienso que fue un buen
apoyo para preparar la reválida. Otros no eran maestros, pero debían
haber estudiado alguna carrera de ciencias porque eran buenos, como
don Paco Masiá o don Vicente Cuevas. Pero esas clases de repaso,
además de la clase en sí, era el momento en el cual muchos
compañeros nos juntábamos, hablábamos, jugábamos...
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Mª Ángeles Sanjuan y Marceliano Pérez |
En cuanto a la enseñanza académica no puedo recordar todo el plan
de estudios, ni a todo el profesorado, sólo a algunos. En primer
curso tuvimos geografía española y me parece que la profesora se
llamaba doña Avelina, una señora ya mayor. Supongo que tendríamos
lengua española con don Cándido Pérez Gasión, el buenazo de don
Cándido que si mal no recuerdo era jefe de estudios o nuestro
delegado. ¡Cuanto nos reñiría! Sobre todo a los chicos, las niñas
éramos menos problemáticas. Su mujer, doña Anita, impartía
matemáticas. En segundo curso tuvimos una profesora excepcional,
doña Mª Ángeles Sanjuán Fernández de Castro, catedrática de
Geografía e Historia. ¡¡Exquisita!!, de trato afable y clases
magistrales. De ella me vino mi vocación por la Historia. En aquel
segundo curso impartió la asignatura de geografía universal.
La tuvimos de profesora, además, en historia universal de 4º
curso, en historia del arte de 6º y en historia contemporánea de
España en preuniversitario. ¡La adoraba!
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Mis compañeros en el bachiller elemental |
En tercer curso tuvimos dos profesores muy buenos, doña Monserrat
Catalá Aral, catedrática de Ciencias Naturales, con ella no solo
tuvimos que salir a buscar hojas por los campos y jardines para
aprender botánica, sino que traía merluzas, mejillones, ojos de
buey, riñones de cerdo, etc., para aprender zoología y esa cosas,
además de la colección de minerales del propio Instituto. Muchos
sábados nos llevaba de excursión para conocer los terrenos in
situ, en una ocasión llegamos a la fuente de la Peseta. En este
tercer curso llegó alguien que contribuiría a escorar mi vocación
hacia la historia, don Juan Giner Giner, catedrático de Latín,
procedente de Alicante, alto, guapo y simpático como un actor de
cine, que no solo nos enseñó a declinar, a conjugar los verbos y a
memorizar las preposiciones, sino que nos hablaría de la historia y
la literatura de Grecia y Roma. ¡Fabuloso! ¡Aquel rapto de las
sabinas! ¡Aquel Eneas llevando sobre sus espaldas a su padre
Anquises tras la caída de Troya hasta el Latio! ¡Qué maravilla de
profesor! Lo malo de aquel curso fue que entre los romanos y la
películas de los Tres Mosqueteros –versión francesa de
1961– que estrenaron en el Cinema, yo me pasé el invierno espada
en mano, intercambiando finta y contra finta con cuanto compañero
compartía el entusiasmo mosquetero y, aunque iba a clase de repaso,
lo cierto es que me quedaron pendientes las matemáticas. En verano
estuve con mi padre de vacaciones en Pinoso, un pueblecito de la
provincia de Alicante, donde él estaba trabajando y donde lo pasé
estupendamente. Cuando volví, la fecha del examen de recuperación
se aproximaba a pasos agigantados, menos mal que mi tía Trinidad
Reales me cogió de su mano y comenzó a explicarme las matemáticas
y, aun así, las tardes me las pasaba en la Biblioteca empapándome
de Grecia y Roma en el viejo y sabio Espasa, que entonces era una
fuente de información de primera.
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En la cabalgata de la Fiesta, septiembre de 1964 |
En cuarto curso volvimos a gozar de la clases de historia con doña
Mª Ángeles, también tuvimos literatura con don Ernesto Verez Docón y
latín con no me acuerdo del nombre, aquel año aprendí muy poco
latín. El francés supongo que lo estudiábamos en todos los cursos
y de profesor estaba don Juan Grandía Castellá, no es que fuese el
profesor más carismático del Instituto, era muy severo, pero lo
fundamental de mi francés lo aprendí de él. En física y química
tuvimos a don Fernando Piñango, bueno y simpático. Por entonces la
religión era una asignatura fuerte y el profesor fue el sacerdote
don Fernando Evangelio, tenía su buen genio, pero la historia
sagrada me gustaba. Al finalizar el curso y habiendo aprobado todas
las asignaturas venía la temible reválida elemental.
Sí, superamos la reválida de cuarto, pero aquello fue como el fin
de un gran capítulo de nuestra vida. Aquel último curso del
bachiller elemental supuso el punto final para muchos chicos y chicas
que abandonaron los estudios académicos, unos se incorporarían a la
formación profesional, otros, simplemente, comenzaban a trabajar.
Aquel curso de 1964-1965 fuimos 67 alumnos, chicas, unas 14, en el
curso siguiente no más de veinte.
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En algún evento deportivo |
Nuestra clase era mixta de chicos y chicas, no obstante había
algunas asignaturas específicas para unos y otras. Se nos impartía
formación del espíritu nacional y gimnasia a todos, pero con
profesorado y contenido diferente. Además, a las niñas nos enseñaba
labores y música. De las clases de los chicos no puedo hablar, no
tengo ni idea de cómo eran, solo recuerdo que el profesor se llamaba
don José Antonio Lluch. Doña Conchita Santaolalla era la directora
del área específica de las niñas y tengo un gran recuerdo de su
cariño y su bondad, pero tampoco recuerdo mucho el contenido de
aquella asignatura, excepto que intentaban mantener un estereotipo de
mujer que ya para aquellas fechas a nosotras nos “resbalaba”. Las
labores corrían de mano de doña Patro, que vivía en la Glorieta, y
la música, de doña Maruja Martínez, ambas encantadoras, y las
seguí y sigo abrazando siempre que las veía. Sin embargo, he de
reconocer que esas asignaturas no eran mi fuerte, las labores, tal
vez por una inconsciente resistencia a lo tradicional de la mujer, y
la música, pese a lo mucho que me gusta y que allí aprendí
multitud de canciones tradicionales, lo cierto es que aquello del
compás de compasillo y el solfeo era algo ininteligible, nunca lo
entendía, la mayoría de mis compañeras venían del colegio de las
monjas, donde habían aprendido a tocar el piano y sabían música, y
yo de la escuela pública. Para las clases de gimnasia las chicas
llevábamos unos pantalones bombachos la mar de decentitos, bueno,
realmente espantosos. Tuvimos de profesora a Merche Fillol, entonces
estaba en boga todo aquello de los coros y danzas y en clase de
gimnasia se enseñaban bailes tradicionales. Mi estatura sobrepasaba
la media de las niñas, con lo cual rompía el conjunto y me quedé
fuera del grupo, y, mientras las demás aprendieron a bailar la jota
requenense, yo me entretenía en el gimnasio “jugando a Tarzán”,
subiendo y bajando la escalera de cuerda, como la de los barcos
antiguos, o trepando por la cuerda y dejándome caer. También
aprendimos alguna que otra tabla de gimnasia, todavía la recuerdo.
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7 de marzo de 1965, día de Santo Tomás |
Aquellos maravillosos años fueron mucho más que clases,
profesores... pero imposible recoger en tan poco espacio tantas
vivencias, tantas historias. Habría que hablar de nuestros
“recreos”, eso sí, en diferentes espacios para chicos y para
chicas. De los “estudios”, aquellas horas que dentro del horario
lectivo nos dejaban para estudiar y en la que se solía formar algún
que otro pitote. Estaban la fiestas: el 7 de marzo era Santo Tomás
de Aquino, patrón de los estudiantes, fue siempre un día glorioso.
Una semana antes los chicos, sobre todo, preparaban la decoración,
una serie de dibujos y comentarios satíricos sobre el profesorado
que nos entreteníamos en leer durante la mañana, no recuerdo si
había algún acto académico oficial. Por la tarde, los de mi curso
nos reuníamos a merendar en La Favorita y posteriormente al
teatro a ver la función que habían preparado los de sexto. ¡Y qué
decir de los días de Pascua! Y, cómo no, la Fiesta de la Vendimia,
donde organizábamos nuestra carroza para la cabalgata. O de los
viajes fin de curso.
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Instituto nuevo, inaugurado 1965 |
Tras superar la reválida elemental los alumnos tenían que
decantarse por el área de conocimiento de ciencias o el de letras.
Calculo que masivamente pasamos al de ciencias. Me apasionaba la
historia, pero mi base de lengua y de latín era muy floja, mientras
que de matemáticas andaba mucho mejor, de modo que me matriculé en
el bachiller de ciencias. Los dos años siguientes, los cursos
1965-66 y 1966-67 fueron impresionantes: estudio, estudio y estudio,
y cine, eso era innegociable, algún que otro guateque y los viajes
de fin de curso en 6º y en preuniversitario. En el bachiller
superior las notas dejaron de ser un problema, sin dejar de leer, ni
de soñar, ni de ir al cine, me convertí en una chica estudiosa,
pero con reparos. Seguimos pasándolo bien, pero ya éramos jóvenes.
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Hall del INEM |
El inicio del bachiller superior, en septiembre de 1965, coincidió
con la inauguración del nuevo edificio del INEM, construido “en el
fin del mundo”, allá en el otro extremo del pueblo, junto a la
piscina, en la actual plaza de Juan Grandía. Un precioso y blanco
edificio con soleadas aulas, un amplio salón de actos y un hall
impresionantes, con laboratorios para las asignaturas de ciencias,
biblioteca, etc. También fue incorporándose un plantel de jóvenes
profesores que si bien no permanecían muchos cursos, sí dejaron
honda huella. En quinto vino una joven profesora de matemáticas,
Leonor Meléndez, muy buena, aunque la matemática moderna no me
entusiasmó demasiado, pero aprendí. En química teníamos a doña
Paquita Andreu Tormo, otra gran profesora, pero la química fue mi
pesadilla. Gran profesor fue Moltó, catedrático de francés, con métodos didácticos sobre lengua mucho más modernos. En sexto curso llegaron Miguel Bardisa, un gran
matemático, con él descubrí la pasión por los problemas
matemáticos, ecuaciones, integrales y derivadas eran como brillantes
juegos de desafío, incógnitas que había que despejar. Tan
apasionante como resultaría la traducción del griego en
preuniversitario. La historia del arte con Mª Ángeles Sanjuán,
toda una delicia, nos ponía diapositivas, algo con lo que no
contaban todos los institutos. En literatura don Lucio, en filosofía
un joven profesor, Carlos Mínguez, con unos deslumbrantes ojazos
azules, pero de una severidad como jefe de estudios igualmente
apabullante. En física, otro catedrático joven, Eduardo Nagore
Senent. De inglés vino Mª José Coloma y en el francés de preu,
Andrés Martínez Lois. La reválida superior la pasamos sin
problemas.
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En el viaje fin de bachiller a Andalucía, marzo 1967 |
En sexto curso nos tocó a nosotros celebrar la función de teatro
que fue “Aprobado en inocencia” y hasta la llevamos a algunos
pueblos. Y realizamos el viaje fin de bachiller a Andalucía, en el
curso siguiente fuimos a Mallorca. Cada evento da para escribir
muchas páginas, ahora valga solo el grato recuerdo nominal.
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Con don Marceliano, Mª Ángeles y Mª José, | |
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Y yo dejé de estudiar. En mi casa, terminado el bachiller no se
habían planteado qué podría haber después. Salió una plaza de
secretaria en la Enológica y me dediqué a prepararla durante el
verano, me senté delante de una máquina de escribir y comencé a
aporrearla por mi cuenta, pero afortunadamente Adela Arroyo era mejor
mecanógrafa que yo y se llevó la plaza. Me parece recordar que
hasta comencé a prepararme para estudiar Comercio. Todo eso en el
primer trimestre del curso 1967-1968. En enero me incorporé de nuevo
al Instituto, a preuniversitario y, además, de letras. En el Preu de
letras no había nada más que un chico y habían llegado dos nuevos
y fabulosos profesores de letras: don Marceliano Pérez Fernández,
un veterano catedrático de griego, y Mª José Pena Jimeno, una
jovencísima licenciada en latín, pero ambos absolutamente geniales
enseñando y se volcaron en mí, tanto en clase como fuera de ella.
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Facultad Letras, calle Nave, Valencia |
En septiembre de 1968 cruzaba yo el umbral de otro vetusto edificio
en Valencia, la facultad de Letras en la calle de la Nave, e iniciaba
primero de Filosofía y Letras. Habían pasado 7 años, desde que pisé
el viejo Instituto, que dejaron una honda huella en mi vida, se habían
asentado las bases del conocimiento académico y el esquema del mundo
de valores sobre los que giraría mi vida social. Todo resumido en
menos de media docena de folios, poca cosa para tantos buenos ratos,
para lazos afectivos que, aunque entonces no lo sabíamos, se
anudarían siguiendo las afinidades electivas y seguirían perviviendo
soterradamente en lo más hondo de nuestro corazón y nuestra
memoria.
Carmen... me ha encantado leerte. Reconozco a duras penas a algunos amigos: Álvaro Atienza en algunas de las primeras fotos y no sé si a Antonio Yeves en el viaje a Andalucía. En cualquier caso el relato es fresco y destaca la importancia de los maestros. En Requena hubo muchos y buenos y eso se nota en gente como tú. Un saludo.
ResponderEliminarMe gusta muchísimo leer tus historias prima, sigue con ellas!! Un beso, Javi López.
ResponderEliminarMe gusta muchísimo leer tus historias prima, sigue con ellas!! Un beso, Javi López.
ResponderEliminarComo puedes llegar a tener esa memoria?? los últimos reglones sublimes ¡¡¡
ResponderEliminarHe llegado a leer esto por el tío de mi madre que era D. Fernando Evangelio. Que fue qien me bautizó. Me ha encantado .
ResponderEliminarMantuve muy buena relación con don Fernando Evangelio, fue profesor mío durante todo el bachiller, tanto el elemental com el superior. Es decir desde lo a los 16 años. Luego se jubiló y se marcho a Cuenca. Le tengo en gran estima. Adem´s tengo uan foto con él y el obispo Olaechea en la Fieta de la Vendimia de 1958. Sus clases de religión no eran una "maría" como ahora. En tercero o cuarto fue por allí una sobrina suya, creo que ra Piedad Evaangelio, pero tal vez este se a el hmbre de la hermana. No lo recuerdo bien.
Eliminar¿Donde vives, en Requena o en Cuenca?
Gracias por tu comentario.
Soy de Requena, vivo en Valencia y estudié en el Alfonso X .. enseñanza primaria..ingresé en el I.E.M en el instituto viejo,junto al Carmen, con la preparación de D.Rafael Bernabeu,en el año 1.965 pasé al I.E.M ..instituto nuevo..hasta el Preuniversitario, después me licencié en Economicas en Valencia..... y hasta ahora, que soy jubilado.
ResponderEliminarHola. Pues eres unos años más jóven. Sí con la preparación de don Rafael Bernabéu entramos muchos en el Instituto. Luego, debiste de estudiar en la nueva facultad de Económicas que ya debía etar en lo que ra Paseo de Valencia la Mar, no muy lejo de la de Filosofía.
ResponderEliminarY, así estamos muchos, jubilados.
Saludos