lunes, 21 de septiembre de 2015

LA FUENTE BERNATE, ESE RETAZO DEL EDÉN


El paraje de la fuente Bernate fue urbanizado hacia 1836, según nos consta en el escudo que la presidía. Finalizando el siglo XIX y dando sus primero pasos el XX fue uno los objetivos de los fotógrafos que hacían reportajes gráficos sobre Requena. Ahora sigue siendo un lugar encantado y encantador. Encantado porque contiene todas y cada una de las aventuras que allí vivimos los críos de Requena, y encantador porque sigue siendo un acogedor lugar, sobre todo en verano a la sombra de sus plátanos, de su álamos y sus moreras.

   Yo vivía en la Carretera -entonces se llamaba del Generalísimo, hoy de la Constitución- y salía de mi casa en dirección al puente Valencia. El camino de la fuente Bernate comenzaba junto a una linda casa con jardincito que se llamó sucesivamente “La gota de la leche”, luego Escuela de Artes y Oficios, luego Sanidad y ahora creo que está la Cruz Roja. Desde allí se descendía hasta una pequeña explanada en la que destaca una fuente con tres caños que vierten su agua en un pilón, la pared está reforzada con ladrillo y rematada con un frontón, a ambos lados de la fuente hay un banco corrido.

Más allá de la fuente vemos un sinuosos camino que asciende hacia las viñas y pinadas, a la izquierda unos tupidos bancales que descienden hasta el lecho del Regajo, flanqueado por haces de juncos y que el camino cruza por un puente a cuya sombra  jugábamos y jugábamos... A ambos lados del camino se plantaron plátanos,  hoy realmente frondosos. En la margen izquierda del río algunos árboles parecían estar puestos para frenar la erosión de un bancal de tierra que salva el desnivel con los terrenos que iban a dar a la Calera. En mis tiempos había, a la derecha del camino, entre la fuente y el río, un abrevadero para las caballerías, hoy desaparecido. Otras veces iba, en aquellos años cincuenta, por el camino de la Callejuela, el viejo lavadero donde todavía encontraba mujeres lavando. Desde allí por una empinada y corta senda descendíamos al rellano de la fuente.

    Cuando se llega a la fuente Bernate lo primero que se hace es acercarse a beber.El agua salía con tal fuerza que llenaba todo el diámetro de los caños ¡Cuantos cántaros, botijos, botellas se llenaron allí! El caudal era inmenso. A veces, en la atardecida, cuando ya cansada de jugar iniciaba el retorno a casa se oía la pequeña sinfonía que interpretaba la caída del gua en el pilón, los caños no se cansaban de lanzar agua, y el pilón tampoco de acogerla y reconducirla, un hermoso juego de agua que, en más de una ocasión, en ese inacabable baile el agua salpicaba fuera y formaba un charco un tanto fangoso, pero que sabíamos eludir para “arrimar” nuestra boca a uno de los caños de los extremos. No ha habido ocasión que haya ido yo a la fuente Bernate, incluso ya de mayor, que no haya bebido agua, es como un amoroso ritual. Después de beber había que acercarse a la vera del Regajo.
El Regajo, ¡esa miniatura de río!, ese pequeño-gran río que fue el escenario natural de infinidad de aventuras. Era un riachuelo de aguas cristalinas, tan transparente que veíamos los renacuajos nadar. Tan limpia pasaba el agua que hasta se podía beber directamente del río y así lo hicimos muchas veces. El cauce no era muy ancho, posiblemente un adulto lo cubriese de una zancada, pero nosotros necesitábamos piedras allí, justamente, un poco antes del puente, para cruzar el Regajo una y otra vez, infinidad de veces. ¡Era un pasatiempo increíble!

    En los límites de lo que la memoria retiene y lo que te cuentan que sucedió recuerdo la siguiente anécdota. Un día mandaron a mi hermano a recogerme al colegio de las Monjas, que estaba en la Glorieta, yo debía andar entre los 3 y los 4 años y mi hermano entre los 7 y los 8. Y sí, me recogió, y bien sujetita de la mano me llevó con él a la fuente Bernate. Allí supongo que el juego nos abrió uno de esos paréntesis en los que el resto del mundo deja de existir. Llegó la hora de la comida y los niños no aparecimos por casa, el camino del colegio estaba bien trillado, por tanto era imposible perderse. El sofocón de mis padres debió ser supino. A alguien se le ocurrió que había que buscar en la fuente Bernate y allí fue mi padre, nosotros estábamos contentos y felices. El “zamarreo” a mi hermano creo que fue sonado. Esta anécdota no deja de traslucir la “pasión” que la fuente Bernate suscitaba entre los niños de Requena.

Por la memoria me baila el recuerdo de los primeros años andar cerquita de la fuente. Aquel banco corrido, pegado al muro de piedra, servían para hacer casitas con las muñecas, la explanada para saltar a la comba...pero no tardé mucho en alejarme del epicentro. Primero fueron los cañaverales, intensamente verdes, que había encima del bancal de la fuente ¡impresionantes! Casi la selva virgen para aquella imaginación mía que ya se alimentaba de las películas del Cinema o del Principal. La fuente Bernate y todo el entorno del Regajo, desde el puente Valencia hasta el nacimiento de Reinas se convirtió en el escenario natural donde yo revivía, a mi manera, aquellas películas que habíamos visto en el cine, el sábado y el domingo por la tarde. Pronto tuve como compañeros de juegos y aventuras a mi primo Tonín, unos meses más joven que yo, pero parecíamos gemelos inseparables, íbamos juntos a todos los sitios. Otro cinéfilo, no había película del “oeste”, de safari, o de cualquier cosa que no fuésemos capaces de revivir.


    Desde el puente que cruza el Regajo en la misma fuente, hasta su nacimiento, el riachuelo transcurría por un encajonado valle más o menos transitable por una senda que seguía el lecho del río. Hasta la fuente Baldomeros le senda no ofrecía problemas, al menos para críos como nosotros. Recuerdo aquellos bancales cubiertos de espesa y mullida hierba, nos servían para tumbarnos y casi dormir. Hasta allí iban muchas familias a pasar la tarde con los niños. Poco después de rebasar la casa de Baldomeros el río se encajonaba y las laderas adquirían verticalidad, supongo que para los hombres que cultivaban las huertecillas que por allí había no era un problema, pero para nosotros el paraje iba adquiriendo aspectos más peligrosos. Pasó a convertirse en territorio comanche, en profunda selva africana, en el gran cañón del Colorado....


Conforme íbamos creciendo nos fuimos aventurando mi primo Tonín y yo Regajo arriba. Recuerdo que los matorrales nos arañaban, que la densa hierba, las espinosas zarzas y los puntiagudos juncos del río nos dificultaban el caminar. Los verdes bancales pasaron a ser muros de tierra y roquedales. Y cuando llegamos a las rocas que formaban el nacimiento del Regajo en Reinas, aquel hermoso espectáculo de ver salir las aguas por diferentes recovecos a modo de cascadas, nos hacía tan felices que dudo que cuando Livingstone descubrió las Cataratas Victoria lo fuera tanto. Y nos seguía haciendo felices cada vez que recorríamos el itinerario.


     La Fuente Bernate todavía tenía más entretenimientos. En la margen izquierda del Regajo, enfrente mismo de la fuente había un bancal pelado, de tierra y con una cierta pendiente. A alguien se le debió ocurrir utilizarlo a modo de estación de esquí de secano, o de tobogán, esas cosas que ahora tienen los niños en los parques infantiles y nosotros al natural. Subíamos el bancal como podíamos haciendo escalerilla con las piedras y una vez en lo alto, en cuclillas nos deslizábamos por el terraplén sin más tabla de “surf” que nuestros zapatos ¡Ah, nuestros zapatos! Mejor dicho ¡Ah nuestros pies! Porque los zapatos eran casi eternos y nuestros pies crecían más rápidos que ellos pero no nos impedían jugar...


     
De la fuente Bernate subía un camino hacia la otrora glamurosa Casablanca, una casona señorial en el campo, como hay varias en Requena, pero ya venidas a menos. Desde allí continuaba hacia la pinada del “Nacimiento”, pero nosotros preferíamos atravesar viñas, ribazos y cuantos desniveles pudiésemos encontrar, porque automáticamente se convertían en un lugar de aventuras.

   Agua clara que brota en cantarina fuente o discurre rumorosa por un humilde riachuelo, que orada rocas en su nacimiento, que hace brotar la hierba en mullidos bancales, o riega una discreta, pero fértil huerta que se extendía en una cromática paleta de verdes a los pies de Las Peñas. Tupidos cañaverales la perfilan, manojos de juncos la flanquean, espigas de lavanda perfuman el aire. Plátanos y álamos custodian los caminos hacia los viñedos, hacia las pinadas en los montes. El pálpito de la Creación es tan intenso que bien podríamos decir que cuando desapareció el Edén, allí quedó un cachito. Es la fuente Bernate. “Uno no es de Requena si no” ha pasado parte de su niñez en aquella fuente.



jueves, 10 de septiembre de 2015

LA GLORIETA, ESA VIEJA GRAN DAMA

Nacida para ser una humilde huerta conventual, la revolución liberal burguesa la convirtió  en elegante dama para asistir a conciertos, verbenas, fiestas, juegos..., lugar de encuentro y esparcimiento de los requenenses durante más de siglo y medio. Ahora, cuando la ciudad se ha expandido hacia poniente, la Glorieta, oficialmente llamada Parque Infantil del Dr. Gómez Ferrer, reposa más tranquila, como una gran dama en su hermoso jardín. 

    En verano, cuando voy de vacaciones, me gusta sentarme en ella, charlar con la gran dama y dejar que vaya desgranando sus historias. ¡Las cuenta tan bien! Ni siquiera es necesario cerrar los ojos. Sentada en cualquiera de aquellos bancos de piedra puedes escuchar los sonidos de la banda de música, o los gritos de los niños, saborear los olores del bar cuando había verbena, visualizar el abigarrado colorido de los concursos de disfraces infantiles en la Fiesta de la Vendimia.

Yo conocí la Glorieta en la década de 1950, para entonces ya llevaba más de un siglo acogiendo a los requenenses. Mi memoria no puede ir más allá de mis cuatro o cinco años, pero entre los primeros recuerdos están los de unas noches veraniegas de verbena en los que yo me lo debí de pasar muy bien por el grato revivir de aquellas escenas, sonidos y sabores. En aquellas fechas mis padres tenían la concesión del bar de la Glorieta. La barra estaba ubicada en un habitáculo al interior de la gran arcada que, a modo de porche, cierra el parque por su lado sur. Era un sitio pequeño pero allí había barriles de cerveza, todavía de madera y cubas con papas fritas, que no se de donde venía, pero olían y sabía como algo muy especial. Las mesas y sillas eran de madera, plegables, se colocaban fuera. Farolillos de colores y guirnaldas de bombillas circundaban el recinto. En la tómbola la orquesta tocaba pasodobles, boleros..., todo lo que estaba de moda y fuese bailable. Como mis padres estaban muy atareados yo iba de acá para allá, en un permanente jugar, recuerdo todo aquello como algo muy sabrosón.

    La Glorieta era, entre otras cosas, un parque musical. Cuentan que los domingos por la mañana tocaba la banda municipal en la tómbola. Por la tarde había baile. La orquesta habitualmente solía estar integrada por gente del mismo pueblo y los cantantes o vocalistas también lo eran, personas que trabajaba en sus cosas pero tan aficionadas y con tan buena voz que recreaban las canciones de moda. Pero esto pertenecía al mundo de los mayores. El mío era otro.

Desde 1851 la Feria se celebraba en la plaza consistorial. Me parece que la Fiesta de la Vendimia se configuró en 1947, y en esas fechas todavía la Glorieta tenía una relevancia, que paulatinamente iría perdiendo, y allí estaban el tiovivo, los cochecitos, el tren de la bruja, las barcas... Lo cierto es que en mis años de infancia en la Glorieta se celebraba el desfile de disfraces infantiles. Se montaba un tablado en el que solía haber un presentador y un señor que ayudaba a los niños a subir y a bajar. También estaban el presidente y la reina infantiles centrales de la Fiesta. No faltaban los músicos para amenizar el cotarro. Todos los años mi madre, como tantas otras madres de Requena, me disfrazaba de algo. Desde bien pequeña hasta los 6 años: requenense, torera, hawaiana,bailarina, cigarrera.

    En la Glorieta había -y todavía están aunque tan deteriorados que parece que se van a caer de un momento a otro- dos hermosos edificios del siglo XVIII. En uno de ellos estaba instalado un convento de la congregación religiosa de Nuestra Señora de la Consolación, dedicado a la enseñanza. Debía asistir a él algún tiempo, tal vez a modo de guardería no lo recuerdo bien, pero sí recuerdo la gran bondad de madre Pilar y madre Enriqueta. Los recreos eran en la soleada Glorieta. Luego me llevaron a iniciar primaria en las escuelas Alfonso X el Sabio, pero ya había crecido lo suficiente para poder ir sola, sin que me acompañase nadie, a jugar a la Glorieta. ¡Dios mío que tiempo tan feliz! Las niñas jugábamos a la comba, al escondite, a la marica, al corro... Los niños al guá y al chavo. Al guá aprendí a jugar, pero al chavo nunca atinaba.

Entre los 9 y los 14 años estudiamos lo que entonces se denominaba el Bachiller Elemental, ubicado en el exconvento del Carmen, a espaldas de la Casa consistorial. Aunque las clases eran mixtas, las chicas estábamos a un lado y los chicos a otro. En el recreo seguía la misma separación. Desde el viejo Instituto  se salía a la Glorieta por una puerta que había en lo alto de una escalerilla, junto a la Biblioteca Municipal, y allí teníamos nuestro recreo las chicas. En teoría no se podía salir de la Glorieta, doña Anita, la celadora, era muy estricta. A decir verdad, escaparse aunque fuera unos minutos era todo un placer. Pues sí. Solía escaparme, de vez en cuando, a comprar el bocadillo del almuerzo, un delicioso bocata hecho con el panecillo comprado en el horno de mi tío Luis Piqueras y bien relleno, en los ultramarinos de Pepe el Gallo, de rico atún o caballa y olivas rellenas. Todo eso estaba a un paso, en los callejones y en la plaza de España. Muy cerca.
    Y ¡Como no citarla! En un rincón de aquel hermoso parque estaba la Biblioteca Pública Municipal. ¡Que ratos tan buenos pasé allí sumergida en sus tebeos y libros! ¡Ratos no, tardes enteras! Pero eso es objeto de otro escrito.

    La Vieja gran dama me sonríe. ¡Cuantos recuerdos como los míos! ¡Cuanta dosis de felicidad infantil alberga! La primavera y el estallido de sus rosales, el verano con la fresca sombra de sus plátanos y los lidones que soltaban unas simientes muy dulces. En el otoño, esa preciosa estación de amarillas hojas y aquellos inviernos que, aun sintiendo los dedos de los pies y las manos entumecidos, no dejábamos de jugar. Cuando llovía nos refugiábamos en la tómbola o bajo la arcada, al final de la cual había un cierto desnivel con la calle actual Antonio Pérez, el arco de cierre nos servía de trampolín para “tirarnos” y volver a subir. No era una altura peligrosa, pero para lo pizco que éramos no dejaba de tener algún riesgo.

    Los años fueron pasando. La Feria se trasladó a la Avenida. El Instituto al “fin del mundo” así nos parecía que distaba aquel  lejano edificio que era nuestro nuevo instituto -hoy IES nº 1- Fuimos creciendo y cambiando lugares de diversión y esparcimiento. La infancia quedó atrás, y tras la adolescencia muchos iniciamos la juventud marchando a seguir estudiando a Valencia, luego a donde había trabajo. Cuando tuve hijos y volvía en vacaciones, mi padre los llevaba a la Glorieta, igual que a mis sobrinas. Todos ellos recuerdan la Glorieta como algo vinculado a esa maravillosa parte de nuestra vida que es la infancia.

Desde mi salida de Requena algunas cosas cambiaron. Me cuenta mi Vieja gran dama que se cerró la arcada para convertir aquel gran porche en guardería, a la tómbola se le cayó el techo y luego se volvió a poner. Es más, a todo el parque se le circundó con una hermosa rejería. Pero no era la primera vez que la Glorieta estuvo vallada, aunque yo la conocí sin rejas. 

    Me enseña una fotografía de principios del siglo XX o finales del XIX, no se acuerda, en ella la tómbola está flanqueada por un espeso arbolado. En 1883 se hizo un proyecto con una preciosa verja, pero ésta desapareció. Todavía aparece en postales de hacia 1920. No obstante quienes eran niños a comienzo de los años treinta recuerdan la Glorieta sin rejas. 

Sin rejas aparece una fotografía que denomina a la plaza del Ayuntamiento "Plaza del General Mola". Luego debió de arreglarse el edificio del Ayuntamiento, la tómbola, los bancos, los arriates y adquirir el aspecto que tenía cuando la conocí. 

Hoy mis queridos árboles son de grueso tronco y frondosas ramas, cuando me siento a contemplarlos es como abrir un caleidoscopio en verde y dorado, la Vieja gran dama vuelve a acogerme amorosamente, un suspiro hecho oración da gracias a Dios por haber nacido y vivido, parte de mi vida, en la austera, pero entrañable Requena.

martes, 1 de septiembre de 2015

Volver a pisar el “paraíso” de la infancia

Fuente de los Patos
Mi infancia son recuerdos...” Los versos con los que el gran poeta Antonio Machado inicia el poema que tan maravillosamente sintetiza su historia siempre me fascinaron, como toda la obra machadiana. Nunca conseguiré expresar mi infancia con la belleza que lo hace el poeta andaluz, pero la belleza de mis recuerdos no tienen nada que envidiar a la de ningún escritor, ni la felicidad de los momentos vividos, ni la dulzura que destila mi corazón al relatarlos, ni la profunda emoción que embarga mi alma al volver a pisar los entrañables rincones que configuraron el “paraíso” de mi infancia en esta bendita Requena, en este hermoso lugar de la Creación, en el que quiso Dios traerme al mundo.
    Nacida cuando el siglo XX recién doblaba su segunda mitad pertenezco a una generación que no conoció el hambre, pero supo lo que es la austeridad, conocí lo que es la cultura agraria, en su economía, sus costumbres y su mentalidad, pero también había retazos de que la revolución industrial había acontecido en la historia. Había un mundo de valores que me gustaba y que ciertamente configuraron mi universo, pero también muchas cosas que no me gustaban y que me las fui saltando. 
Portada de Santa María
Dejé Requena cuando salí a estudiar a la Universidad. Prácticamente ya no regresaría a Requena nada mas que en vacaciones, primero las del verano académico, luego las laborales, luego con mis hijos pequeños, luego muchos años años sin venir nada más que de paso. Ahora, con un pie en el estribo de la jubilación, y con la perspectiva de poder pasar en mi amada Requena como mínimo el largo y cálido verano, que en las tierras meridionales donde vivo es excesivo, me siento ante el ordenador, un artilugio que obviamente no existía en mis tiempos, para verter sobre este luminoso espacio en blanco, que es la página virtual en la que escribo, los deliciosos recuerdos que se deslizan de mi memoria y que previamente he ido saboreando, como se saborea un buen vino de la tierra, en mis caminatas por esos maravillosos campos, en mis paseos por sus entrañables rincones urbanos y despejadas avenidas, flamígeras portadas de iglesias, recoletos parques, rumosoas arboledas y cantarinas fuentes, aunque muchas de ellas estén cegadas.
Niños de la Comisión Infantil del barrio Villa en 1956(1). 
Y si todo mi ser siente la poderosa fuerza de las raíces telúricas que surgen de la tierra y suben por mi cuerpo hasta lo hondo de mi alma y de mi corazón, qué no decir del reencuentro con personas que, tras cincuenta años de ausencia, casi había olvidado y aunque entonces éramos “los niños”y ahora somos “los abuelos”, mi corazón salta de emoción cuando nos reconocemos y las pupilas se dilatan porque detrás de nuestras caras llenas de arrugas se sigue vislumbrando la carita de quienes fueron nuestras amigas de la escuela, de la calle, de... cualquier sitio, nuestros compañeros de instituto... 
Ermita de San Blas
Pero también me he encontrado con gratas novedades. Ese destartalado edificio de lo que fue la iglesia de San Nicolás, que nunca vi más allá del agujero que había en la puerta, hoy recuperado. La celebración de las “caminatas” de San Nicolás en la misa de los lunes en el Carmen, la celebración de un día al Cristo del Amparo en la calle y ermita de su nombre. La restauración de la ermita de san Blas, el “despeje” del entorno del Salvador, y del castillo...En fin muchas cosas que iré desgranando.
No dejo de enorgullecerme de las cosas nuevas que hay en Requena,  ese palacio de Justicia, el IES Oleana, el Polideportivo, los hermosos edificios paralelos a la Avenida, los museos... En realidad “no me pertenecen”, surgieron cuando yo andaba por otras latitudes, pero hoy forman parte de mi Requenita del alma.

Requena 9 de agosto de 2015

(1) Foto cedida por José Herrero Martínez, en fotosderequena.facebook.com