No es, precisamente, la procesión
del Corpus algo de lo que yo tenga recuerdos de la infancia, no obstante la
grata experiencia de la tarde del domingo 18 de junio de 2017 me lleva a
enlazarla con mi vida de entonces en Requena. Sinceramente, a duras
penas conseguía recordar las procesiones del Corpus de mi infancia. Es posible que las espectaculares procesiones de Córdoba hayan postergado mis
escasos recuerdos. Pero mis compañeros de Instituto si la recordaban, incluso
su salida en la procesión como todos los niños que tomaban la Primera Comunión
antes de ese día. En aquellos años cincuenta no faltó en Requena, al
igual que en el resto del orbe católico, la procesión de uno de los “
jueves que relucen más que el sol”, cuya principal finalidad es proclamar la
presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, a la
vez que se fomenta la fe adorándole públicamente.
No voy a ocultar la
maravillosa procesión del Corpus Christi en Córdoba, en esa fastuosa custodia gótica
de Enrique de Arfe, estrenada en 1518. Su entrada y salida de la Catedral, y su
desplazamiento hacia los espectaculares y abundantes altares que se prodigan a
lo largo de las calles de Córdoba por los que pasa la procesión. No, no oculto
nada de aquella bendita tierra que me acoge desde hace más de cuarenta años.
Pero me resulta imposible dejar de proclamar la intensa felicidad de vivir el
Corpus en Requena. Además, la custodia de campanillas es una maravilla. No
recordaba nada de esa magnífica pieza de orfebrería en plata que es la custodia de campanillas, de la extinta
parroquia de Santa María. Creo que Fermín Pardo ha dado recientemente una
conferencia sobre la historia del Corpus en Requena, lástima que yo no estuviese todavía aquí, pero confío la publique y
nos deleitemos con su historia.
Precediendo la procesión, y a una respetable
distancia, el grupo de Cantares Viejos, iba bailando y recreando al público con
sus danzas, como posiblemente lo vieran nuestros antepasados. Que bailen bien
los jóvenes es plausible, pero es que algunos de los miembros no lo son tanto
y, no obstante, se mueven con verdadero encanto. Es más, lo hacen hasta con una
armonía que me hizo recordar cuando en Andalucía me maravillo ante la gracia
con que alguna señora, ya bien entrada en años y con un cuerpo que ya ha dejado
de ser esbelto, te baila una sevillana o algo flamenco con un arte y una gracia
que surgen tan de su interior que resulta fascinante. Pues bien, para mi sorpresa
y alegría he de decir que me encanta ver a mi gente de Requena, jóvenes y
mayores, bailar las danzas de mi tierra con esa misma pasión. Hay mujeres
maduras que llevan la gracia y la pasión del baile en el alma y nos la regalan
en cada paso. Al ritmo de danzarines pies las hierbas aromáticas, de la
tradicional alfombra del Corpus, iban esparciendo su aroma y perfumando el aire.
Los altares que se montan en
las calles en la procesión del Corpus suelen tener una intencionalidad catequética, de ahí que en
ellos aparezcan espigas de trigo, o pan mismo, y el vino, símbolos del Cuerpo y
Sangre de Cristo. La escenografía suele ser preciosa y siempre en referencia a
la simbología cristiana. En Andalucía son apabullantes, las Cofradías se
vuelcan en ellos. Aquí no había muchos, pero todos me gustaron, me parecieron
tan entrañables que contribuyeron a hacer del ya de por sí significativo día,
una tarde muy especial al disfrutarlo en Requena. En cada lugar que hay uno de
esos altares la procesión hace un alto, se deposita la custodia que lleva la
Hostia consagrada, se reza o se entonan himnos eucarísticos, el aroma fragante
del incienso se eleva en acto de adoración a Dios. No se trata de “echar humo”
a diestro y siniestro, sino que, mediante el rito del incienso se expresa reverencia y oración . Al finalizar el sacerdote reemprende la marcha con la custodia procesional y la banda de música suele le
entonar la Marcha real.
En el callejón de Juan Penen,
había un altar en casa de Fermín Pardo presidido por una linda imagen
decimonónica de Nuestra Señora del Carmen que me llamó la atención por lo
estilizada. El callejón olía a espliego que daba gusto. Me impresionó el
conjunto escenográfico, no me lo esperaba. Pero me encantó, me emocionó
profundamente reencontrar una estética religiosa tan linda en mi pueblo. Luego
la procesión continuó por el Portalejo (HH López) hacia la Carretera
(Constitución) para bajar por la calle Olivas (Poeta Herrero) hacia el Portal.
En la conocida y siempre hermosa fachada de la casa de los Verdú,
había otro altar, de carácter privado de la familia pero presidido por ese
soberbio Pendón de la Cofradía de la Veracruz. En el cruce de Poeta Herrero con el Portal el público abarrotaba
la calle.
La procesión siguió por Cantarranas
(García Montés) y subió a la Villa por la Cuesta del Cristo. En lo alto de la
misma la capilla abierta de par en par esperando la visita del Amor de los
amores, el aroma del espliego perfumaba el aire. A su llegada se hizo el rito de adoración y, tras los cantos eucarísticos, la procesión continuó por la plaza de la Villa hacia el Salvador. Allí entre la exquisitez del flamígero de la
portada del Salvador y el neoclasicismo de la casa de los Pedrones, la escenografía eucarística estaba acorde con
al ambiente renacentista de la plaza.
Gallardetes y pendones colgantes, y las
insignias de la Cofradía del Descendimiento ambientaban aquella bien
proporcionada placita en la que, precedida de
verde alfombra terminando en un simbólico dibujo del Corpus en el suelo,
se levantaba el pequeño altar con las
tradicionales alegorías del Cuerpo de Cristo.
Una deliciosa tarde que finalizaría con el reencuentro, tras más de medio siglo de distancia, con una compañera de la escuela primaria.
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