martes, 27 de junio de 2017

Tarde del Corpus en Requena

No es, precisamente, la procesión del Corpus algo de lo que yo tenga recuerdos de la infancia, no obstante la grata experiencia de la tarde del domingo 18 de junio de 2017 me lleva a enlazarla con mi vida de entonces en Requena. Sinceramente, a duras penas conseguía recordar las procesiones del Corpus de mi infancia. Es posible que las espectaculares procesiones de Córdoba hayan postergado mis escasos recuerdos. Pero mis compañeros de Instituto si la recordaban, incluso su salida en la procesión como todos los niños que tomaban la Primera Comunión antes de ese día. En aquellos años cincuenta no faltó en Requena, al igual que en el resto del orbe católico,  la procesión de uno de los “ jueves que relucen más que el sol”, cuya principal finalidad es proclamar la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, a la vez que se fomenta la fe adorándole públicamente.

   No voy a ocultar la maravillosa procesión del Corpus Christi en Córdoba, en esa fastuosa custodia gótica de Enrique de Arfe, estrenada en 1518. Su entrada y salida de la Catedral, y su desplazamiento hacia los espectaculares y abundantes altares que se prodigan a lo largo de las calles de Córdoba por los que pasa la procesión. No, no oculto nada de aquella bendita tierra que me acoge desde hace más de cuarenta años. Pero me resulta imposible dejar de proclamar la intensa felicidad de vivir el Corpus en Requena. Además, la custodia de campanillas es una  maravilla. No recordaba nada de esa magnífica pieza de orfebrería en plata  que es la custodia de campanillas,  de la extinta parroquia de Santa María. Creo que Fermín Pardo ha dado recientemente una conferencia sobre la historia del Corpus en Requena, lástima que yo no estuviese  todavía aquí, pero confío la publique y nos deleitemos con su historia.

Precediendo la procesión, y a una respetable distancia, el grupo de Cantares Viejos, iba bailando y recreando al público con sus danzas, como posiblemente lo vieran nuestros antepasados. Que bailen bien los jóvenes es plausible, pero es que algunos de los miembros no lo son tanto y, no obstante, se mueven con verdadero encanto. Es más, lo hacen hasta con una armonía que me hizo recordar cuando en Andalucía me maravillo ante la gracia con que alguna señora, ya bien entrada en años y con un cuerpo que ya ha dejado de ser esbelto, te baila una sevillana o algo flamenco con un arte y una gracia que surgen tan de su interior que resulta fascinante. Pues bien, para mi sorpresa y alegría he de decir que me encanta ver a mi gente de Requena, jóvenes y mayores, bailar las danzas de mi tierra con esa misma pasión. Hay mujeres maduras que llevan la gracia y la pasión del baile en el alma y nos la regalan en cada paso. Al ritmo de danzarines pies las hierbas aromáticas, de la tradicional alfombra del Corpus, iban esparciendo su aroma y perfumando el aire.

   

     Los altares que se montan en las calles en la procesión del Corpus suelen tener una intencionalidad catequética, de ahí que en ellos aparezcan espigas de trigo, o pan mismo, y el vino, símbolos del Cuerpo y Sangre de Cristo. La escenografía suele ser preciosa y siempre en referencia a la simbología cristiana. En Andalucía son apabullantes, las Cofradías se vuelcan en ellos. Aquí no había muchos, pero todos me gustaron, me parecieron tan entrañables que contribuyeron a hacer del ya de por sí significativo día, una tarde muy especial al disfrutarlo en Requena. En cada lugar que hay uno de esos altares la procesión hace un alto, se deposita la custodia que lleva la Hostia consagrada, se reza o se entonan himnos eucarísticos, el aroma fragante del incienso se eleva en acto de adoración a Dios. No se trata de “echar humo” a diestro y siniestro, sino que, mediante el rito del incienso se expresa reverencia y oración . Al finalizar el sacerdote reemprende la marcha con la custodia procesional y la banda de música suele le entonar la Marcha real.


     En el callejón de Juan Penen, había un altar en casa de Fermín Pardo presidido por una linda imagen decimonónica de Nuestra Señora del Carmen que me llamó la atención por lo estilizada. El callejón olía a espliego que daba gusto. Me impresionó el conjunto escenográfico, no me lo esperaba. Pero me encantó, me emocionó profundamente reencontrar una estética religiosa tan linda en mi pueblo. Luego la procesión continuó por el Portalejo (HH López) hacia la Carretera (Constitución) para bajar por la calle Olivas (Poeta Herrero) hacia el Portal.


En la conocida  y siempre hermosa fachada de la casa de los Verdú, había otro altar, de carácter privado de la familia pero presidido por ese soberbio Pendón de la Cofradía de la Veracruz. En el cruce de Poeta Herrero con el Portal el público abarrotaba la calle.


    La procesión siguió por Cantarranas (García Montés) y subió a la Villa por la Cuesta del Cristo. En lo alto de la misma la capilla abierta de par en par esperando la visita del Amor de los amores, el aroma del espliego perfumaba el aire. A su llegada se hizo el rito de adoración y, tras los cantos eucarísticos, la procesión continuó por la plaza de la Villa hacia el Salvador. Allí entre la exquisitez del flamígero de la portada del Salvador y el neoclasicismo de la casa de los Pedrones,  la escenografía eucarística estaba acorde con al ambiente renacentista de la plaza. 

Gallardetes y pendones colgantes, y las insignias de la Cofradía del Descendimiento ambientaban aquella bien proporcionada placita en la que, precedida de  verde alfombra terminando en un simbólico dibujo del Corpus  en el suelo,  se levantaba el pequeño altar con las tradicionales alegorías del Cuerpo de Cristo.

    Una deliciosa tarde que finalizaría con el reencuentro, tras más de medio siglo de distancia, con una compañera de la escuela primaria.
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