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Callejón de Panigua, por Arsenio Martínez, 2017 |
Subir a la Villa siempre me plantea el dilema de qué cuesta
de acceso elegir. Cualquiera de ellas es hermosa. Cierto que el peaje pagado a
la modernidad, al turismo, a las supuestas “restauraciones” arquitectónicas y a
la infraestructura viaria, desde mi perspectiva particular, ha sido elevado,
pero todavía conservan mucho encanto. O, simplemente, la felicidad de pisar,
una y otra vez, aquellos suelos obnubile mi visión, y hace que los vuelva a ver
tal como eran. De algún modo, las imágenes del pasado se superponen a los
posibles desajustes actuales y el gozo del paseo no me lo arrebata nada ni
nadie. Pero no voy a detenerme hoy en las cuestas, porque cada una de ellas merece una detallada
descripción del paseo de subida. No, voy a seguir, voy a llegar a la plaza de
la Villa en la cual a paso lento, pero sin detenerme en ella nada más que en el
gozoso deslizar de la vista por sus casas, su fuente sus esquinas... para
elegir aquella calle por la cual quiero llegar al final de la Villa, a su
límite meridional, a la placeta de San Nicolás y al callejón de Paniagua.
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Calle de la Purísima, abril 2016. Foto de José Herrero Martínez |
Y elijo la calle de la Purísima porque
baja recta y en suave pendiente a la calle Somera y, con un ligero giro de zigzag,
nos ubica en la placeta de San Nicolás. ¡Ay, aquella placeta! Pero todavía no
he llegado a ella. Acabo de cruzar la plaza de la Villa, nunca la llamábamos
por su nombre oficial, Plaza de Albornoz, y desde lo alto de la calle Purísima
la veo recta, estrecha, limpia, al fondo, en su desembocadura en la calle
Somera, vislumbro el retablito de azulejería de la Virgen. De momento me recreo en las encaladas paredes, en el
suelo de terrizo, en las puertas, algunas de las cuales mantienen su aire
medieval, jambas de piedra y arcos de medio punto. Finalmente, me topo con las casas de la calle
Somera que me obligan a girar en un sentido u otro, pero de momento me detengo
ante la casa número 5, ante aquel retablito de azulejería con la imagen de la
Inmaculada Concepción, cuyo rostro es de lo poco que se conserva. Me gusta. Es
sencillo, la iconografía tradicional de la Purísima en azulejos de tonos
azulados, amarillos y ocres (1), pero si parpadeo un poco por la intensa luz
del sol del mediodía, o por la penumbra de la noche, dejo de verlo. Según nos
cuenta don Antonio Yeves, en su callejero, aquella hermosa imagen que daba la
bienvenida y bendición a su calle desapareció, hecha añicos en un fuerte
vendaval, hacia 1991, sin que nadie haya levantado su mano o su voz para ser
restaurada (2).
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Lugar donde estuvo el horno de La Purísima, 2017. Fot. J. López Gorbe. |
Avanzo unos pasos y
me encuentro con el horno de “La Purísima”, del matrimonio formado por
Jacinto Pardo Vives y Lucía Real Tamarit, “la Reala”. Sé que en el horno
trabajaban, al menos desde antes de los años treinta y, posiblemente, durante
mi infancia todavía lo hicieran. Por la memoria de mi madre pasa el estilo y la
energía de Lucía moviendo la pala del horno. Y Jacinto era muy amigo de mi
abuelo Paco, que también había sido hornero. Hacían un rollo de picos muy sabroso,
mi abuela Emilia que era muy exigente con el pan, como antigua hornera, iba de
vez en cuando a comprarles el pan o a visitarles las tardes de domingo. Y así,
envuelta en el aroma del pan fresco del horno de la Purísima, desemboco en la plazuela de San Nicolás.
El momento de aterrizaje en la plazuela
de San Nicolás siempre fue fascinante, aunque yo no supiera explicarlo
entonces. Me gustaba aquel espacio cuadrado, flanqueado de casas de austeras
fachadas con sus sobrios balcones y
discretas ventanas, con una fuente de estilo neoclásico en uno de su lados
(justo en el que se hacían las “parás” el día de san Antonio) y, de frente, con
aquella inmensa fachada neoclásica de una iglesia que nunca llegué a ver por
dentro, más allá de lo que un cierto
agujero en su puerta me permitía
vislumbrar.
Fuente en la placeta de San Nicolás. Foto MCMH, 2016 |
La fuente era parada obligada pra beber agua.Hoy puedo reproducir las palabras de un gran amante de
Requena y, además poeta, Antonio Yeves: “…Y la visión, entre poética y
alucinante, de los dos callejones que parecen hacer eterna guardia en los
flancos del vetusto templo, Tarás y Paniagua, nos deja como pasmados ante tanta
historia y tanto silencio conmovedor”(3).
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Calle San Nicolás o Somera Baja. Postal de 1977 |
Posiblemente hubo un tiempo que aquella placita y aquellas
calles no fueran tan silenciosas, al menos de día. Si la fachada gótica del
templo, tan hermosa como las de Santa María y las del Salvador, fue destruida
en la guerra de Sucesión a la corona Española en 1706, e inmediatamente de
finalizada se reconstruyó el templo con otra fachada, en esta ocasión de estilo
neoclásico, significa que allí había mucha vida. Todavía la Villa era “el
centro” de Requena. La expansión urbana de la burguesía a finales del mismo
XVIII iría desplazando el centro comercial y social hacia el Arrabal, y dejando
las calles de la Villa más tranquilas, las tiendas y comercios irían
desapareciendo lentamente. En mi infancia apenas había tiendas en este barrio,
pero seguía viviendo gente. Familias que podía encontrar tranquilamente
charlando a las puertas de la casa, en sus sillas bajas de enea, en el fresco
de la tarde estival, o haciendo tareas de transformar algún que otro producto
agrario, como nos pone de relieve la postal de la calle de San Nicolás. Calle
que casi nunca llamábamos por este nombre, sino como Somera Baja. Precisamente
en esta calle vivía una familia amiga de mis padres: Vicente Zahonero y Eulalia
Expósito, buena gente donde la hubiera, trabajadores infatigables. Vivían en
una de las penúltimas casas de la calle.
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Postal de los años 50 |
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Panorama meridional de Requena desde . | ||
el ábside de San Nicolás. Foto de MCMH, 2016. |
La placeta de san Nicolás
parte en dos mitades la calle homónima, tan bien llamada Somera Baja.
Los dos callejones que montan guardia junto a la iglesia conducen al mismo
sitio, Tarás y Paniagua convergen en lo que debió ser el ábside de la iglesia.
Sin embargo ha sido el de Paniagua el objeto de mi preferencia, y de muchos,
por su fotogenia, por sus arcos, por su trazado más recto... lo cierto es que
era como la guinda de un delicioso pastel, allí llevábamos a cuantos visitante
quisiesen conocer la Villa ahora bien, la finalidad de mi paseo, tal vez la de
muchos, no era solo llegar a aquella recoleta placeta y a aquel estrecho
callejón, de esquinas desconchadas, sino que aquel ojival arco que tan bellamente
recortaba la luz del mediodía, me invitaba a ir a él, a atravesarlo, a observar
su apuntada ojiva y atravesar la cortina de luz cegadora que se recortaba ante
el arco y , una vez atravesado, llegar al límite de lo que formaba el baluarte
de Requena, y contemplar el estallido de luz y el abanico de verdes y ocres con
los que nos obsequia la vista del campo de Requena, que se extiende hacia el sur, hacia la
Herrada que en lontananza se divisa casi azulada. Desde allí vemos serpentear
la carretera que avanza hacia la Portera, atraviesa el Magro a través de un
hermoso puente, el de Jalance. También podemos seguir el perfil del Magro por
la arboleda de chopos que le van flanqueando.
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Trasera de San Nicolás. Extraída del libro Hª de Requena, 1982 |
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Callejón de Paniagua, fotografía hecha en los años veinte por don Antonio Andújar y facilitada por Mª Luisa García. | |
¿Qué tiene este corto y estrecho callejón que nunca pierde
su atractivo? A mí me atraía ese glamur medieval, en claroscuro, tal como lo
reproduce la postal en blanco y negro de finales de los cincuenta. Allí, bajo
la adustez de aquellos muros y la luminosidad del mediodía, dos personas,
parecen charlas apaciblemente. Indudablemente los apuntados arcos góticos,
propio de los contrafuertes o arbotantes que refuerzan el muro de la iglesia,
tienen su personal encanto. Así parece percibirlo la fotografía de Antonio Andújar, reconocido enólogo en la Etación enológica de Requena, posiblemente base del grabado realziado por Fernando Morencos, un ingeniero de la Enológica, que plasmó una
colección de bellas imágenes de la Requena de los años veinte, de hecho sus
grabados están fechados en 1924, si bien no se publicaron hasta 1947.
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Grabado de F. Morancos, 1924 |
En este caso podemos compararla y es la misma perspectiva, en la
fotografía de Andújar vemos un callejón de suelo empedrado cubierto con algo de
tierra, el perfil del arco recortando la luz y el muro de las casas ya en
abierto deterioro. Morencos se permite reconstruir la calle tal vez imaginando
como pudo ser en plena Edad Media, el pulcro muro de una casa, con una espléndida
puerta de madera.
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Postal de 1977 |
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El callejónde Panigua, 2017 Fot. Mª Luisa García |
No hay amante de Requena que no la fotografíe o la pinte.
Pueden constatarse las numerosas y hermosas fotografías subidas a la página de
“Fotos de Requena y su comarca”. Mª Luisa García me remite una en el momento en
que la primavera de 2017 parece iniciarse en unos pensamientos que abren el
callejón de Paniagua en sus más tradicionales elementos: muros al descubierto
humildes casas, arcos góticos que sosteniendo el muro de san Nicolás y sus
centenarias piedras, al fondo la intensa luz que ilumina el hermoso campo de
Requena.
Finalmente, me llega una pintura entrañable, la que preside el artículo, de un no menos
entrañable amigo, Arsenio Martínez García. Uno de esos compañeros de curso en el
Bachiller cuyo recuerdo ha permanecido intacto durante el medio siglo
transcurrido desde la terminación del Bachiller Superior en 1968 hasta nuestro
reencuentro como jubilados en el viejo INEM de Requena el año pasado. Este
jarafuelino cabal, tiene una gran faceta creativa, artística, que ahora va
plasmando en lienzos y papeles, para recrearnos la vista a los compañeros, con
dibujos y pinturas de nosotros, de Requena... A mí me encanta su recreación del
callejón de Paniagua, de algún modo capta el espíritu de sencillez, de
discreción, de austeridad con la que se vivía y la reciedumbre de sus viejos
muros y de su gente.
(1) "La Purísima". De panel o retablo
apenas se conservan las dos primeras filas de azulejos. Constaba de 7 x 5
azulejos, de 20 x 20 cm. Debía ser de gran antigüedad (mediados del s. XVIII).
Casi todo el retablo sufrió últimamente los embates del viento -año 1991- que
abatió casi todos los azulejos quedando hechos
añicos; por lo que únicamente queda la parte superior de la imagen (rostro de
la Inmaculada) en tonos azules, amarillos y ocres. Yeves Descalzo, Feliciano A. “Paneles,
retablos y azulejería iconográfica en la ciudad de requena”, en
Oleana, 7 (1992), p. 48
(2) Yeves
Descalzo, Feliciano A. Guía
histórica del callejero requenenses. Requena, 2003, pp. 192-193
(3) Yeves
Descalzo, Feliciano A. Guía
histórica del callejero requenenses. Requena, 2003, pp. 192-193
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