miércoles, 18 de enero de 2017

Un regalo de Reyes. Los primeros ejemplares de El Trullo

La Requena urbana que yo conocí, en mi infancia, la consideraba como algo que estaba allí, tal cual, desde siempre. Cierto que mi abuela Emilia me contaba que cuando ella era joven no existía la Avenida y que el convento de las Agustinas cerraba el Portal. Pero, a decir verdad, todo eso era algo abstracto porque cuando yo bajaba de mi casa en dirección sur, bien por la calle Olivas, bien por la de las Monjas siempre acababa en una espléndida plaza, con una hermosa fuente de los Patos y, a continuación, una Avenida que, a mitad de los cincuenta, ya era espéndida. Pero lo cierto es que no siempre había sido así. Sencillamente, había surgido en menos de una década.
Comencé 2017 abriendo y sumergiéndome en un precioso regalo que me había hecho una jovene amiga de Requena, Mª Luisa García, los primeros números de nuestro viejo Trullo digitalizados. Yo conocía algunos ejemplars de los cincuenta, pero nunca había visto aquellas humildes hojitas de cuatro páginas con las que El Trullo comenzó su vida en 1949, saliendo en ese formato durante varios años. De momento tengo los de 1949, 1950 y 1951. Son los años en los que se gesta mi generación, cuando fueron naciendo mis amigas de la calle, mis compañeras de la escuela primaria y, después, con los chicos y chicas que coincidiría en el Instituto de Enseñanza Media. Son los años en que nuestros padres eran jóvenes, el peso de la historia recaía sobre ellos. Ver la Requena de 1949, 1950, 1951 desde estas viejas páginas de El Trullo es como entrar en su mundo nuestros padres, sus reuniones, sus comisiones, las damas amigas de nuestras madres... Sumergirme en las páginas de El Trullo ha sido algo más que encontrarme con una importante fuente histórica para datar acontecimientos, cosa que siempre me encanta. Sinceramente, no esperaba encontrar unos párrafos tan entrañables, tan llenos de vida como los que encontré al sumergirme en la Requena que vivieron los fundadores de la Fiesta de la Vendimia, tal y como la van describiendo desde la páginas de El Trullo -hoy ya convertido en fuente histórica-, pero con el sabor añadido de lo que forma parte de mi ser, de mi propia historia. Todo comienza a cobrar vida como en una película. Es una de las experiencias más gratas que he tenido como investigadora de historia, ser testigo del sueño de quienes, finalizando la década de la dura posguerra, la de los años cuarenta, creyeron que otra Requena era posible, pero para ello había que arrimar el hombro, había que echarle esfuerzo, sacrificio, ilusión. Para ello crearon la Fiesta de la Vendimia, con un sorpresivo ánimo lúdico, social, económico, artístico, turístico... todo ello provenía de un incuestionable amor a su terruño, a su pueblo, a su Requena. Y lo más sorprendente, con una decidad superación de clases, distritos, colores políticos, todos eran “requenenses”. De todo ello espero dara cuenta en algún artículo de historia, pero hoy prefiro dejarme embargar por el placer de recordar lo que El Trullo me cuenta de cómo se fue configurando la Requena que “estaba ya allí” cuando yo nací en aquel bendito pueblo.

Los años 1948, 1949 y 1950 habían sido de gran transformación para Requena. El Trullo de Enero de 1950 recogía los hechos más destacados de Requena en 1949. Se inauguró el nuevo mercado de Abastecimientos, se renovó la Corporación Municipal, se impulsó el futbol, se ayudó a unas hermanandades que estaban dando esplendor a la Semana Santa. Se ampliaron escuelas en las Peñas, se continuó con el alcantarillado de la Avenida y se adjudicó la construcción del grupo de viviendas “Eduardo Iborra”. Para la celebración de la Feria se elaboró un pabellon desmontable y casetas propias. Y como colofón final se había apoyado incondicionalmente la “I Gran Fiesta de la Vendimia”, nos cuenta El Trullo. La carrereta de Requena a Chera atravesaba las Peñas, en una época en la que los patos y las gallinas andaban pacíficamente por la calzada, por aquellos años se hizo el desvío para acceder a la misma desde la calle de las Cruces. También se acometió la reforma de la Cuesta de la Carnicerías que, en opinión de Horacio, un pseudónimo de alguien que no he identificado, le aportaría un estilo antiguo y en la que se colocarían unos faroles de forja,  de los de verdad, con su perilla de luz dentro del mismo, como deben ser los buenos faroles. El resultado fue un bello rincón, en el que por la noche, sobre todo, con su iluminacion y blancura podría buscarse alguna de las recias poesías castellanas. Rincón que plasmaría con su cámara el fotógrafo Pérez Aparisi.

No solo traen, estos entrañables Trullos, noticias, sino que se insertan páginas literarias y artículos sobre enología y viticultura, algunos de ellos firmados por el insigne don Pacual Carrión. Como de vinos no sé nada más que saborearlos, no puedo hablar de ellos, pero hay otros escritos, que hablan sobre Requena y que son dignos de ser rescatados y compartidos, en nuestro presente, porque en ellos encontramos la misma pasión, los mismos sentimientos por lugares comunes. Hoy recupero una deliciosa descripción de la Glorieta, su autora es Angelina, firma así de simple, por otros escritos sabemos que se apellida García, pero no se más de ella. Solo sé que, en su deambular literario por nuestro amado parque, condensa todo el amor, entusiasmo y nostalgia que podamos tener más de seis décadas después. Está publicado en El Trullo de 2 de septiembre de 1951.
En su “Estampa de la Glorieta”, Angelina iniciaba su artículo diciendo que aunque parecía haber pasado la moda azoriniana de cantar los rincones provincianos, valía la pena seguir haciéndolo porque la “Glorieta, el corazón de Requena, seguirá siendo digna de elogio y de cantarle desde lo más recóndito de nuestra alma.
La soledad de la Glorieta, es un sedante para los nervios estas horas en que la humanidad, sometida a la tiranía de lo exacto, víctima del reloj y de la propia libertad no encuentra quietud en su espíritu.
Aquí en sus paseos recoletos y silenciosos se puede muy bien liberar de la noticia tensa de la radio, del periódico y cine psicológico y morboso.
Parece que aún guarda reminiscencias del antiguo huerto Carmelitano y del Padre Heredia, paseando por sus senderos, vedla en su paz en una tarde septembrina, en un crepúsculo otoñal, en un nocturno dominguero, con el perfume de sus jardines y en el ambiente desgranándose las notas de un vals romántico y triste.
¿Y quien no recuerda melancólicamente sus juegos y las canciones infantiles en la Glorieta?
En mi niñez, mis recuerdos de juegos juveniles se hallan impregnados de la música suave del romance popular, cantado pro tantas generaciones:

                                'Yo me quería casar con un mocito barbero
                                y mis padres me querían monjita de monasterio'
Se ha parado la vida entre sus enredaderas y flores, tan solo flota en sus bancos y farolas señoriales la divina sencillez de la Poesía.
Los juglares requenenses nos dejaron sus huellas en la arena de sus paseos. El tiempo se detiene un momento, me los imagino meditando y soñando con un libro de versos.
¿Trasladará al lienzo las flores de nuestro jardínes el gran pintor Martínez Checa?
(...)
En las grandes ciudades no se sueña, el ritmo trepidante de su vivir no deja paso a los sueños.
En la Glorieta se puede soñar sin sentir, camina el alma por los senderos de la Poesía.
¿Qué nuevo poeta cantará algún día su sabor rural y altivo? Y también se alegra el espíritu en una noche de fiesta cuando la juventud, ese divino tesoro que el poeta cantará nostálgicamente baila en su recinto.
No son los valses galantes de nuestros abuelos, pero sí una generación nueva que siente el mismo cariño hacia la Glorieta” (ANGELINA)

No hay comentarios:

Publicar un comentario