La Requena urbana que yo conocí, en mi infancia, la
consideraba como algo que estaba allí, tal cual, desde siempre.
Cierto que mi abuela Emilia me contaba que cuando ella era joven no
existía la Avenida y que el convento de las Agustinas cerraba el
Portal. Pero, a decir verdad, todo eso era algo abstracto porque
cuando yo bajaba de mi casa en dirección sur, bien por la calle
Olivas, bien por la de las Monjas siempre acababa en una espléndida
plaza, con una hermosa fuente de los Patos y, a continuación, una
Avenida que, a mitad de los cincuenta, ya era espéndida. Pero lo
cierto es que no siempre había sido así. Sencillamente, había
surgido en menos de una década.
Comencé 2017 abriendo y sumergiéndome en un precioso regalo que me
había hecho una jovene amiga de Requena, Mª Luisa García, los
primeros números de nuestro viejo Trullo digitalizados. Yo
conocía algunos ejemplars de los cincuenta, pero nunca había visto
aquellas humildes hojitas de cuatro páginas con las que El Trullo
comenzó su vida en 1949, saliendo en ese formato durante varios
años. De momento tengo los de 1949, 1950 y 1951. Son los
años en los que se gesta mi generación, cuando fueron naciendo mis
amigas de la calle, mis compañeras de la escuela primaria y,
después, con los chicos y chicas que coincidiría en el Instituto de
Enseñanza Media. Son los años en que nuestros padres eran jóvenes,
el peso de la historia recaía sobre ellos. Ver la Requena de 1949,
1950, 1951 desde estas viejas páginas de El Trullo es como
entrar en su mundo nuestros padres, sus reuniones, sus comisiones, las damas amigas de nuestras
madres... Sumergirme en las páginas de El Trullo ha sido
algo más que encontrarme con una importante fuente histórica para
datar acontecimientos, cosa que siempre me encanta. Sinceramente, no esperaba encontrar unos párrafos tan
entrañables, tan llenos de vida como los que encontré al sumergirme
en la Requena que vivieron los fundadores de la Fiesta de la
Vendimia, tal y como la van describiendo desde la páginas de El
Trullo -hoy ya convertido en fuente histórica-, pero con el sabor añadido de
lo que forma parte de mi ser, de mi propia historia. Todo comienza a cobrar vida como en
una película. Es una de las experiencias más gratas que he tenido
como investigadora de historia, ser testigo del sueño de quienes, finalizando la
década de la dura posguerra, la de los años cuarenta, creyeron que
otra Requena era posible, pero para ello había que arrimar el hombro,
había que echarle esfuerzo, sacrificio, ilusión. Para ello
crearon la Fiesta de la Vendimia, con un sorpresivo ánimo lúdico,
social, económico, artístico, turístico... todo ello provenía de
un incuestionable amor a su terruño, a su pueblo, a su Requena. Y lo
más sorprendente, con una decidad superación de clases, distritos,
colores políticos, todos eran “requenenses”. De todo ello espero
dara cuenta en algún artículo de historia, pero hoy prefiro dejarme
embargar por el placer de recordar lo que El Trullo me cuenta
de cómo se fue configurando la Requena que “estaba ya allí”
cuando yo nací en aquel bendito pueblo.
Los años 1948, 1949 y 1950 habían sido de gran transformación para
Requena. El Trullo de Enero de 1950 recogía los hechos más
destacados de Requena en 1949. Se inauguró el nuevo mercado de
Abastecimientos, se renovó la Corporación Municipal, se impulsó el
futbol, se ayudó a unas hermanandades que estaban dando esplendor a
la Semana Santa. Se ampliaron escuelas en las Peñas, se continuó
con el alcantarillado de la Avenida y se adjudicó la construcción
del grupo de viviendas “Eduardo Iborra”. Para la celebración de
la Feria se elaboró un pabellon desmontable y casetas propias. Y
como colofón final se había apoyado incondicionalmente la “I Gran
Fiesta de la Vendimia”, nos cuenta El Trullo. La
carrereta de Requena a Chera atravesaba las Peñas, en una época en la que los patos y las gallinas andaban pacíficamente por la calzada, por aquellos años
se hizo el desvío para acceder a la misma desde
la calle de las Cruces.
También se acometió la reforma de la Cuesta de la Carnicerías
que, en opinión de Horacio, un pseudónimo de alguien que no he
identificado, le aportaría un estilo antiguo y en la que se
colocarían unos faroles de forja, de los de verdad,
con su perilla de luz dentro del mismo, como deben ser los buenos
faroles. El resultado fue un bello rincón, en
el que por la noche, sobre todo, con su iluminacion
y blancura podría buscarse alguna de las
recias poesías castellanas. Rincón que
plasmaría con su cámara el fotógrafo Pérez Aparisi.
No solo traen,
estos entrañables Trullos, noticias, sino que se insertan páginas
literarias y artículos sobre enología y viticultura, algunos de
ellos firmados por el insigne don Pacual Carrión. Como de vinos no
sé nada más que saborearlos, no puedo
hablar de ellos, pero hay otros escritos, que hablan sobre Requena y
que son dignos de ser rescatados y
compartidos, en nuestro presente, porque en ellos encontramos la misma
pasión, los mismos sentimientos por lugares comunes. Hoy recupero
una deliciosa descripción de la
Glorieta, su autora es Angelina, firma así de simple, por otros
escritos sabemos
que se apellida García, pero no se más de ella. Solo sé que, en su deambular literario por nuestro amado parque, condensa todo el amor,
entusiasmo y nostalgia que podamos tener más de seis décadas
después. Está
publicado en El Trullo
de 2 de septiembre de 1951.
En su “Estampa
de la Glorieta”, Angelina iniciaba su artículo diciendo que aunque
parecía
haber pasado la moda azoriniana de cantar los rincones provincianos,
valía la pena seguir haciéndolo porque la “Glorieta,
el corazón de Requena, seguirá siendo digna de elogio y de cantarle
desde lo más recóndito de nuestra alma.
La soledad de la Glorieta, es un sedante para los nervios estas
horas en que la humanidad, sometida a la tiranía de lo exacto,
víctima del reloj y de la propia libertad no encuentra quietud en su
espíritu.
Aquí en sus
paseos recoletos y silenciosos se puede muy bien liberar de la
noticia tensa de la radio, del periódico y cine psicológico y
morboso.
Parece que aún guarda reminiscencias del antiguo huerto
Carmelitano y del Padre Heredia, paseando por sus senderos, vedla en
su paz en una tarde septembrina, en un crepúsculo otoñal, en un
nocturno dominguero, con el perfume de sus jardines y en el ambiente
desgranándose las notas de un vals romántico y triste.
¿Y quien no recuerda melancólicamente sus juegos y las canciones
infantiles en la Glorieta?
En mi niñez, mis recuerdos de juegos juveniles se hallan
impregnados de la música suave del romance popular, cantado pro
tantas generaciones:
'Yo me quería casar con un mocito barbero
y mis padres me querían monjita de monasterio'
Se ha parado la vida entre sus enredaderas y flores, tan solo
flota en sus bancos y farolas señoriales la divina sencillez de la
Poesía.
Los juglares requenenses nos dejaron sus huellas en la arena de
sus paseos. El tiempo se detiene un momento, me los imagino meditando
y soñando con un libro de versos.
¿Trasladará al lienzo las flores de nuestro jardínes el gran
pintor Martínez Checa?
(...)
En las grandes
ciudades no se sueña, el ritmo trepidante de su vivir no deja paso a
los sueños.
En la Glorieta se puede soñar sin sentir, camina el alma por los
senderos de la Poesía.
¿Qué nuevo poeta cantará algún día su sabor rural y altivo? Y
también se alegra el espíritu en una noche de fiesta cuando la
juventud, ese divino tesoro que el poeta cantará nostálgicamente
baila en su recinto.
No son los valses galantes de nuestros abuelos, pero sí una
generación nueva que siente el mismo cariño hacia la Glorieta” (ANGELINA)