viernes, 1 de julio de 2016

CINCUENTA AÑOS DESPUÉS. LA PROFUNDA EMOCIÓN DEL REENCUENTRO

El 25 de junio de 2016 pasadas las 10,30 horas de la mañana un amplio grupos de sexagenarios volvíamos a cruzar el umbral del viejo convento carmelita, convertido en Instituto de Enseñanza Media allá por 1928, hoy reconvertido en Museo Municipal y lugar de celebración de bodas y eventos, pero nosotros no entramos en un museo, sino que entramos en “nuestro viejo instituto" y lo que volvimos a ver con los ojos de nuestra memoria fueron las clases, el patio de juegos, la secretaría, el salón de actos... Había pasado medio siglo desde que nos vimos por última vez, tras acabar el Cuarto y la Reválida (1965), otros los hicimos al acabar Sexto y Reválida (1967) y otros, los menos, al acabar el Preuniversitario (1968). Cincuenta años después aquellos niños, ya abuelos, volvíamos a encontrarnos en una Requena, algo diferente, pero de la que seguíamos profundamente enamorados. Pero lo más exquisito lo más entrañable, lo más maravilloso fue no sólo la ilusión con que habíamos esperado el encuentro, sino que nos abrazamos y saludamos como si nos hubiésemos visto ayer mismo,  como si fuese un día festivo más como los muchos días de Santo Tomás que celebrábamos el 7 de marzo.

Allí estábamos, y no me puedo resistir a citarlos uno a uno porque cada uno de ellos es parte de las señas de identidad del resto. Tiempo, lugares, partidos de fútbol, clases, exámenes, matrículas, paseos, libros, chistes, bromas, guateques... todo un universo compartido al alba de nuestra vida, y eso hace que cada uno de los que fuimos compañeros sea único. Luego están las afinidades electivas y los grupos, algunos pueden  resultar simplemente compañeros de entonces, otros se convirtieron en amigos del alma, siempre fieles a la amistad, pese al tiempo y el espacio.

Las “chicas” éramos casi todas de Requena, Dulcenombre Agráz Monsalve, Mª Carmen Jarillo Sánchez, Mª Carmen Martínez Hernández, Matilde Pérez Nuévalos, Mª Teresa Ramos García, Tere Roda Espinosa, Angelita Sáez Martínez, Elvira Salinas Martínez,  y Amparo Nuévalos Guaita, de Los Isidros. Y los “chicos” vinieron de más sitios. Salvador Albertos Martínez de Teresa  de Cofrentes, José Cremades Rodríguez, de Sinarcas, Arsenio Martínez García, de Jarafuel, José Antonio Martínez Pérez, de los Pedrones, Vicente Mora Piera de Jalance, toda una selecta representación de los muchos chicos y chicas que vinieron de tantos pueblos limítrofes a estudiar a nuestro instituto. La mayoría fueron los de Requena, aunque muchos viviesen ya fuera. Álvaro Atienza Navarro, José Ramón Atienza Reales, Adolfo Barbero Sisternas, Joaquín Cebrián Cano, Andrés Cuéllar Torres, Arturo García Cerda, Bernardo Gavilá Verdejo, Jose Gómez Martínez, Antonio Gresa Bastidas, Ricardo Hernández, Federico Jara López, Paco Lahuerta, Julián López Gorbe, José María Martínez López, Juan José Pardo Gil-Orozco, Juan Antonio Pérez-Salas Sagrera, Luis Piqueras Lechuga, César Roda Martínez, José Antonio Sánchez García, Luis Miguel Vila Valle, Antonio Yeves Ochando. Emilio Ramos Ruiz, que salía de viaje, pasó a saludarnos y estar un largo rato con todos. A nuestra celebración se sumó Federico Martínez Roda
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Todo comenzó con una fotografía que me envió José Antonio Sánchez del día de Santo Tomás del año 1963. ¡De impresión! Nuestros primeros pasos en el Instituto fueron en el curso 1961-1962, recién cumplidos los diez añitos y tras superar el examen de “Ingreso”. Éramos unos niños en el sentido estricto de la palabra, las fotografías de los libros de escolaridad que se han conservado dan buena fe de ello. La mayoría éramos de Requena, pero venían muchos alumnos de poblaciones cercanas, que se alojaban en pensiones hasta que se creó la residencia de Estudiantes Santo Domingo Savio en la Avenida Lamo de Espinosa a mediados de los años sesenta. Fuimos un curso numeroso, en tercer curso nos dividieron en dos grupos, pero en cuarto volvimos a formar un sólo curso de más de 60 alumnos. Chicas no éramos más de 14. En los cursos de Bachiller Superior se redujo el número de alumnos.
No estábamos todos  los que fuimos alumnos de aquella promoción. La tarea de rehacer una lista de exalumnos compañeros a lo largo de siete cursos, procedentes de diversas poblaciones, medio siglo después no fue fácil, pero sí apasionante. Ocho meses atrás apenas recordábamos más de media docena de nombres, incluso basándonos en fotografías, mezclábamos compañeros de cursos superiores o inferiores. Hay que reconocer que las redes sociales jugaron un gran papel, en ellas, partiendo de los pocos apellidos que recordábamos cada uno de os que nos habíamos puesto en contacto, se localizaron parientes, sobre todo hijos, hermanas y mujeres que nos pusieron en contacto con otros compañeros. En algunos casos hasta se llamó al Ayuntamiento del pueblo.


En poco tiempo Julián López Gorbe montaba un whatssap al que cada uno iba aportando un nombre, un apodo, un apellido, una población... los demás buscábamos... En la búsqueda se empleó a fondo Arsenio Martínez García, Toni Yeves y Joaquín Cebrián también hicieron sus pesquisas.  Poco a poco se fueron aportando teléfonos y direcciones de correo. No obstante, no ha sido posible completar el listado, al menos de momento, esperamos poder ir incorporando a quienes todavía están solo en el recuerdo. La tarea de búsqueda estuvo amenizada por la selección musical que Bernardo Gavilá nos fue haciendo a lo largo de los meses y que nos prometía una preciosa audición, el día del encuentro, de las cien mejores canciones de los sesenta, pero las condiciones técnicas no lo hicieron posible. No obstante nos ha mandado un enlace para poder disfrutarla. Aunque la audición conjunta tendrá que ser al año que viene

El proceso de contacto telefónico fue para grabarlo. Normalmente marcaba un número y cuando se ponía el supuesto compañero les decía algo así como: “¿tu estudiaste en el instituto de Requena entre 1961 y 1965 o 1968? Cuando te decía que sí, añadía: “Mira soy una compañera de estudios, pero hace cincuenta años que no nos hablamos”. Hubo todo tipo de exclamaciones, pero nadie me colgó. Obviamente algunos ni se acordaban de mi, ni yo de ellos, pero no colgaban. Todos aceptaron la idea de reunirnos en Requena en verano, con auténtico entusiasmo. Con las chicas fue más fácil pues al ser menos todas nos reconocimos a la primera llamada. Finalmente, no todos pudieron acudir, invitaciones a bodas, aniversarios familiares, viajes programados, alguna que otra intervención quirúrgica, pero todos tuvieron ese día su mente y su corazón entre nosotros.
Y llegó el tan esperado día. La intendencia y organización del evento había quedado a cargo del grupo de los compañeros que seguían viviendo en Requena y, realmente, nos organizaron un entrañable programa: Ricardo Hernández, Chama Martínez, Arturo García, Juan Antonio Pérez-Salas, Álvaro Atienza, José Gómez...
El punto de encuentro fue ¡como no! nuestro viejo instituto, allí donde pasamos los cuatro maravillosos años que van de los diez a los catorce, de la infancia a los primeros pinitos adolescentes. Posteriormente, cumplimos con la programación caminando por la cuesta de San Julián arriba, hasta la sede del Ferevín, donde degustamos algo que solo se come aquí y que permanece en la memoria de nuestro paladar, especialmente a los que anduvimos de emigrantes lejos de Requena, como es el bollo, con unos sorprendentes vinos. La sorpresa venía de constatar la variedad y exquisitez. José Antonio Pérez-Salas nos introdujo en ese mundo y una de sus primeras alumnas, la señorita que nos atendió en el Ferevin, nos explicó  interesantes cosas sobre el vino, que “no se bebe sino que se come” y lo pusimos en práctica. Allí tuvimos tiempo de recrearnos en el reencuentro.
Hubo un poco de tiempo libre y nos dirigimos a un lugar que nunca habíamos pisado, ni visto su interior más allá de un agujero en su destartalada puerta: el viejo templo de San Nicolás convertido en flamante museo donde algunos, que parecían los más osados como Emilio, Julián, Arsenio, Salvador y Elvira subieron hasta el campanario, los demás estuvimos más tranquilos deambulando por las criptas y las naves del templo. La comida se había organizado en el Mesón del Vino, lugar de tantas reuniones, tantos momentos de encuentro, donde seguimos degustando una muy buena cocina, los compañeros del equipo de intendencia de Requena -Toni, Arturo, Chama, Ricardo, Juan Antonio- nos habían seleccionado un menú realmente exquisito, bien regado con los no menos buenos vinos de nuestra amada Requena. Es más, este equipo de compañeros nos había prepara un preciado recuerdo, una botella de vino con una de las fotografías del instituto de nuestros   primeros cursos. Allí tuvimos una larga sobremesa, entrañable, charlando e intercambiando vidas y milagros con tranquilidad.
Y tuvimos que ir despidiéndonos, cosa que nos llevó largo tiempo. La felicidad no es algo que se prodigue en demasía, pero ese día todos fuimos muy, muy felices. ¿Quién no experimentó un subidón de alegría, como decía Andrés Cuéllar, o disfrutó a tope, según Paco Lahuerta? El tan esperado encuentro supuso un día especial, como señalaba Elvira, de intensas emociones a flor de piel, como añade Salvador Albertos, un bonito, interesante e inolvidable día como apuntaron Maritere Ramos y Matilde Pérez, estupendo para Dulce Nombre, entrañable para Vicente, un día de 10 marcaba Angelita, un “regreso al futuro” para Luis Martínez, maravilloso para Julián. Y, como perfilaba Mª Carmen Jarillo, las emociones que sentimos nos van a acompañar varios días y nos van a proporcionar alegrías e ilusiones renovadas. Es de desear, como decía Emilio Ramos, que se repita.

No quiero terminar sin recordar aquellos compañeros que sacaron pasaje en la nave que nunca ha de volver, utilizando la hermosa metáfora de Machado. Nos dejaron Fernando Cerdán, Inmaculada Ventimilla, de Jalance. Fernando Latorre de Fuenterrobles. María Lidón Brea, de Castellón, Dolores, de Casas de Eufemia, José Argiles, Máximo Vilanova, Antonio López  y Manolo Marín de Requena. Su presencia sigue viva en nuestra memoria y nuestro corazón.