El 25 de junio de 2016 pasadas las 10,30 horas de la mañana un amplio
grupos de sexagenarios volvíamos a cruzar el umbral del viejo convento
carmelita, convertido en Instituto de Enseñanza Media allá por 1928, hoy reconvertido en Museo Municipal y lugar de celebración de bodas y eventos, pero
nosotros no entramos en un museo, sino que entramos en “nuestro viejo instituto" y lo que volvimos a ver con los ojos de nuestra memoria fueron las clases, el
patio de juegos, la secretaría, el salón de actos... Había pasado medio siglo
desde que nos vimos por última vez, tras acabar el Cuarto y la Reválida (1965), otros
los hicimos al acabar Sexto y Reválida (1967) y otros, los menos, al acabar el
Preuniversitario (1968). Cincuenta años después aquellos niños, ya abuelos, volvíamos
a encontrarnos en una Requena, algo diferente, pero de la que seguíamos
profundamente enamorados. Pero lo más exquisito lo más entrañable, lo más
maravilloso fue no sólo la ilusión con que habíamos esperado el encuentro, sino
que nos abrazamos y saludamos como si nos hubiésemos visto ayer mismo, como si fuese un día festivo más como los
muchos días de Santo Tomás que celebrábamos el 7 de marzo.
.
Todo comenzó con una fotografía que me envió José Antonio Sánchez del día
de Santo Tomás del año 1963. ¡De impresión! Nuestros primeros pasos en el
Instituto fueron en el curso 1961-1962, recién cumplidos los diez añitos y tras
superar el examen de “Ingreso”. Éramos unos niños en el sentido estricto de la
palabra, las fotografías de los libros de escolaridad que se han conservado dan
buena fe de ello. La mayoría éramos de Requena, pero venían muchos alumnos de
poblaciones cercanas, que se alojaban en pensiones hasta que se creó la
residencia de Estudiantes Santo Domingo Savio en la Avenida Lamo de Espinosa a
mediados de los años sesenta. Fuimos un curso numeroso, en tercer curso nos
dividieron en dos grupos, pero en cuarto volvimos a formar un sólo curso de más
de 60 alumnos. Chicas no éramos más de 14. En los cursos de Bachiller Superior
se redujo el número de alumnos.
No estábamos todos los que fuimos
alumnos de aquella promoción. La tarea de rehacer una lista de exalumnos
compañeros a lo largo de siete cursos, procedentes de diversas poblaciones,
medio siglo después no fue fácil, pero sí apasionante. Ocho meses atrás apenas
recordábamos más de media docena de nombres, incluso basándonos en fotografías,
mezclábamos compañeros de cursos superiores o inferiores. Hay que reconocer que
las redes sociales jugaron un gran papel, en ellas, partiendo de los pocos
apellidos que recordábamos cada uno de os que nos habíamos puesto en contacto, se localizaron parientes, sobre
todo hijos, hermanas y mujeres que nos pusieron en contacto con otros compañeros. En algunos casos hasta se llamó al Ayuntamiento del pueblo.
El proceso de contacto telefónico fue para grabarlo. Normalmente marcaba un número y cuando se ponía el supuesto compañero les decía algo así como: “¿tu
estudiaste en el instituto de Requena entre 1961 y 1965 o 1968? Cuando te
decía que sí, añadía: “Mira soy una compañera de estudios, pero hace cincuenta
años que no nos hablamos”. Hubo todo tipo de exclamaciones, pero nadie me
colgó. Obviamente algunos ni se acordaban de mi, ni yo de ellos, pero no
colgaban. Todos aceptaron la idea de reunirnos en Requena en verano, con
auténtico entusiasmo. Con las chicas fue más fácil pues al ser menos todas nos
reconocimos a la primera llamada. Finalmente, no todos pudieron acudir,
invitaciones a bodas, aniversarios familiares, viajes programados, alguna que
otra intervención quirúrgica, pero todos tuvieron ese día su mente y su corazón
entre nosotros.
Y llegó el tan esperado día. La intendencia y organización del evento
había quedado a cargo del grupo de los compañeros que seguían viviendo en
Requena y, realmente, nos organizaron un entrañable programa: Ricardo
Hernández, Chama Martínez, Arturo García, Juan Antonio Pérez-Salas, Álvaro Atienza, José Gómez...
Y tuvimos que ir despidiéndonos, cosa que nos llevó largo tiempo. La
felicidad no es algo que se prodigue en demasía, pero ese día todos fuimos muy,
muy felices. ¿Quién no experimentó un subidón de alegría, como decía Andrés
Cuéllar, o disfrutó a tope, según Paco Lahuerta? El tan esperado encuentro
supuso un día especial, como señalaba Elvira, de intensas emociones a flor de
piel, como añade Salvador Albertos, un bonito, interesante e inolvidable día
como apuntaron Maritere Ramos y Matilde Pérez, estupendo para Dulce Nombre, entrañable para Vicente, un día de 10 marcaba Angelita, un “regreso al futuro”
para Luis Martínez, maravilloso para Julián. Y, como perfilaba Mª Carmen
Jarillo, las emociones que sentimos nos van a acompañar varios días y nos van a
proporcionar alegrías e ilusiones renovadas. Es de desear, como decía Emilio
Ramos, que se repita.
No quiero terminar sin recordar aquellos compañeros que sacaron pasaje en
la nave que nunca ha de volver, utilizando la hermosa metáfora de Machado. Nos
dejaron Fernando Cerdán, Inmaculada Ventimilla, de Jalance. Fernando
Latorre de Fuenterrobles. María Lidón Brea, de Castellón, Dolores, de Casas de
Eufemia, José Argiles, Máximo Vilanova, Antonio López y Manolo Marín de Requena. Su presencia sigue
viva en nuestra memoria y nuestro corazón.