domingo, 27 de marzo de 2016

POR PASCUA FLORIDA...


Los Pinos de Florillo (1)
El Sábado de Gloria parecía que ya todo olía a “Pascua”. Las calles más comerciales como las de Olivas, Las Monjas y del Peso tan solo habían permanecido cerradas los días de Jueves y Viernes Santo, pero, sobre todo, las mujeres se afanaban entrando y saliendo de las tiendas como si realmente las despensas estuviesen vacías. En realidad todavía estábamos en el tercer día del Triduo Pascual, la reforma litúrgica de 1955 le había cambiado el nombre de “Sábado de Gloria” a "Sábado Santo", pero me parece que en general la gente no se había enterado mucho. Lo cierto es que los hornos emanaban el exquisito olor de los bollos y las monas de pascua. Todos nos preparábamos para comer la mona los tres días de pascua que nos esperaban.

Pascua de 1958 ( 2)
La "mona de pascua" puede sonar algo extraño para quienes no son del entorno valenciano. En realidad simboliza el fin de la abstinencia cuaresmal. Podían ser dulces, de masa semejante al panquemado, lo característico es que lleven un huevo, pintado de algún color, y anisetes de colores. En Requena ademas, hacían monas con la masa típica del bollo requenense, una pan medio hojaldrado cubierto de tajadas de jamón y longanizas, aunque también podía llevar sardinas. Del nombre del producto pasamos a denominar “ir de mona” la tarde o el día que nos íbamos al campo a comerla y celebrar la pascua. El domingo era usual comer las monas dulces y el lunes y martes las de pan. Además podían revestir curiosas formas, mi abuela Emilia las hacía en forma de paloma.

Pascua de 1969 ( 3 )
El Sábado de Gloria tenía para mi una connotación especial. Mi abuelo paterno, Gregorio Martínez, tenía la costumbre de comprarnos a las nietas las zapatillas de la mona de pascua. No éramos nada más que tres nietas, y como mi prima Luisín era mucho más mayor que nosotras, en realidad íbamos mi prima Lolín Cano y yo a comprarlas ¡Ah, aquellas alpargatas! Ni el mas delicado tafilete, ni el mas original diseño de hoy pueden generarme la ilusión de aquellas zapatillas. La pascua anunciaba el comienzo de la primavera, después del largo y frío invierno requenense, y el Sábado de Gloria el escaparate de la tienda de Marcelino Roda, en la calle Poeta Herrero, parecía un prado lleno de muchas mariposas de brillantes colores, eran las zapatillas de mona, las que se compraban para ir a celebrar la pascua al campo ¡Qué delicia de zapatillas!

Los Pinos de Florillo desde Puente de Jalance (4)
El Domingo de Resurrección iba a misa de 12 al Salvador, luego el inexcusable paseo por la Avenida y a casa a preparar la mona de la tarde. En mi infancia el Domingo de Pascua sólo se iba por la tarde, y no todo el mundo salía. De pequeña recuerdo que íbamos con mi abuela a merendar la mona a la fuente Bernate, o a la de Regidores. Más mayor, sobre los 10 u 11 años recuerdo ir con los padres de mi amiga Elvira, Miquel y Paquita, y sus hermanas Paqui, Eva y Luci, más pequeñas, a los Pinos de Florillo ¡Ah, que camino, qué tarde, qué gozada! Dejábamos a nuestra espalda una Requena que se asomaba desde el extremo de su Baluarte, atravesábamos la carretera nacional Madrid-Valencia que, en aquella época, no llevaba mucho tráfico y cogíamos el viejo camino de la Portera. Solíamos hacer una breve parada en el hermoso y acogedor puente de Jalance, sobre el río Magro, para continuar hasta el paraje conocido como Pinos de Florillo, un lugar encantador desde el cual el perfil de Requena adquiere una de su más hermosas vistas. Había una de esas glamurosas casas construidas en torno a 1900, con una elegante balaustrada, pero convertidas en damas silenciosas desde la guerra civil. La pinada, espectacular, y la sinfonía del viento al pasar por entre sus ramas son realmente inolvidable, el suelo era un mullido lecho de agujas de pino. Allí jugábamos, corríamos, comíamos... éramos felices. Otro de los lugares del Domingo de Pascua era el de la fuente de La Purísima.

El lunes y martes de pascua iba con mi familia, y su charpa de amigos, todo el día a alguno de los lugares tradicionales, por lo normal fincas donde trabajaba alguno de ellos o eran propietarios como Calvestra, San Blas, o el Atrafal. Calvestra estaba al norte del término municipal, en unas boscosas montañas desde cuya cima solo se vislumbraba una mar de pinos, a lo lejos, el Pico del Tejo. Estaba lejos y nos subían en algún camión o tractor, porque los automóviles no eran muy frecuentes en el pueblo, aunque los había. Fuésemos donde fuésemos, íbamos con la familia no nos preocupábamos de la comida, eso era cosa de los mayores. Nosotros a jugar a... lo que fuera, a pasear, a charlar, a contar cosas. La comida duraba mucho. No puedo perfilar bien el día, solo lo bien que lo pasábamos.

Pascua de 1960, en el Nacimiento ( 5 )
Cuando ya comenzamos a tener una cierta autonomía de vuelo íbamos más a nuestro aire. Los lugares de destino era el Nacimiento, la Casilla San José, los Pinos de Florillo, San Blas, el Telégrafo, Fuencaliente... Los días de pascua adquirieron categoría de mitos. El Nacimiento y la Casilla de San José son los lugares a los que más recuerdo haber ido, además de los Pinos. Ya éramos adolescentes y como dice Bernardo Gavilá nos preparábamos para rular la mona con el fardel, una taleguilla que contenía la merienda y la mona. Había que buscar pandilla pascuera y luego pasar el día saltando a la comba, tirar de la cuerda, cantar las típica canciones de la tarara, pasar el día y quedar con fuerza para ir a algún guateque en la tarde noche, ya en el pueblo, o al cine. Los años del Instituto, la pandilla pascuera la formaban fundamentalmente las amigas y compañeros del Instituto, aunque siempre se incorporaba alguna amiga vecina, o algún pariente.

El Nacimiento era un espléndido lugar, tal vez a una hora de camino andando, no recuerdo bien. Como su nombre indica era un lugar donde nacía el agua en medio de montes de densas pinadas, en el entorno de Casablanca, suaves colinas con los suficientes llanos para poder jugar y saltar, para sentarnos en el suelo a comer. El agua brotaba en una pequeña hondonada, pero el descenso no era dificultoso. Todavía recuerdo la cristalina transparencia del agua, el verde frescor que la rodeaba.



Familia García Domenech (6)
La estancia en el campo comiendo la mona era algo que nos hacía felices. No hay muchos testimonios gráficos de esos significativos días. La cámaras fotográficas no eran muy abundantes en la Requena de nuestra infancia, pero las pocas fotografías de las que disponemos hoy nos traducen, de alguna manera, aquellos maravillosos momentos. La entrañable fotografía de la familia García Domenech, que nos facilita Marisa, nos transporta a Fuencaliente, otro de los idílicos parajes del entorno, toda la familia en el momento de dar cuenta, posiblemente, del bollo, en 1956. La sonrisa de todos ellos nos habla de la alegría familiar en el día de pascua. Dos años después, la misma alegría se refleja en las caras de los jóvenes de entonces cuando en la pascua de 1958 César Jordá y sus amigos iban camino de Fuencaliente. Jóvenes sonrisas vemos en el grupo de amigos que, en 1960, celebraban la pascua en el Nacimiento.

Pascua de 1967, en la Casilla San José
La Casilla de San José era un lugar a un tiro de piedra del pueblo, una finca que tenía un cierto aire señorial de aquellos de principios del sigo XX. Había una buena pinada, y creo recordar restos de lo que pudo ser una piscina y una capilla, la finca estaba cercada por una blanca tapia almenada, pero, excepto a zonas de la vivienda particular, se podía acceder a todo el entorno de la pinada. Estaba cerca de la fuente de la Purísima. Se podía jugar a muchas cosas, pasear, descansar. Era muy frecuentado como lugar de esparcimiento. En los años setenta se acondicionó, al menos la parte que linda con la carretera, como restaurante.

Por Pascua Florida, una vez más, los numerosos y encantadores lugares del entorno de Requena, acogían a niños, jóvenes y mayores y nos garantizaban una felicidad impagable, el simple hecho de pisar la tierra, de respirar el aire, de beber el agua, de estar allí con amigos o con familia, de dejar deslizarse el tiempo con juegos, paseos, conversaciones, risas, cantos, nos hacía felices. Felicidad que pervive en la memoria de la gente del pueblo. Como parece expresar Mª Luisa García contemplando el paisaje de los Pinos de Florillo: "Cuantas monas de pascuas comidas ahí ......"

(1) Fotografía de Mª Luisa García : Pinos de Florillo 9-10-2015. Extraída de Fotos de Requena y comarca.
(2) Fotografía de César Jordá: Corriendo la "mona" Fuencaliente, Pascua de 1958. Publicada en el libro Historias y recuerdos: de César Jordá Moltó. Extraída de Fotos de Requena y comarca.
(3) Pacua de 1969. Por la Serratilla con Angelita Sáez Martínez, Mª Victoria López Gil, Juanamari Marco y mi prima Emi Hernández.
(4) Fotografía de Mª Luisa García : Los Pinos de Florillo desde el puente de Jalance. 9-10-2015.
(5) Fotografía de Kea Rodríguez: Pascua 1960. Extraída de Fotos de Requena y comarca.
(6) Fotografía de Marisa García Domenech: "1956. Día de Pascua en la Fuencaliente. Toda la familia con mis primos y vecinos de la calle Desamparados". Extraída de Fotos de Requena y comarca.
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sábado, 19 de marzo de 2016

CUARESMA Y SEMANA SANTAhttp://minfanciasonrecuerdosderequena.blogspot.com/



Uno de los recuerdos inolvidables de la Cuaresma, durante los años de la escuela primaria, es el del día que nos llevaban al templo del Carmen. Salíamos de nuestro centro, las llamadas "escuelas nuevas" aunque su nombre oficial era Grupo Escolar  "Alfonso X el Sabio", en fila de a dos y las niñas, con nuestros uniformes escolares blancos, atravesábamos la plaza del Portal, dejando a nuestra derecha la fuente de los Patos, y por la calle del Peso, la plaza de España y la calle del Carmen llegábamos a la iglesia. Supongo que detrás venían los niños pero sólo recuerdo el follón que montaban. Nos arrodillábamos ante el Cristo de la Vera Cruz y cantábamos “Perdona a tu pueblo, Señor”, una canción que nunca olvidé, pese a mis muchos años posteriores de ausencia de práctica religiosa, posiblemente porque iba vinculada a aquellos recuerdos de la escuela. Allí arrodillados, niños y niñas, pronto comenzaban los empujones, las caídas y las risas.

Los años del Instituto nos daban ejercicios espirituales, al menos durante los cuatro cursos del Bachiller Elemental. Eran dos o tres días previos a las vacaciones de Semana Santa, no recuerdo ni quien nos lo daba, ni de qué trataban, pero sí el lugar: la capilla del Colegio de la Consolación, porque era muy linda y la imagen de la Virgen María muy bonita, además los recreos eran en la querida Glorieta. Durante el Bachiller Superior no recuerdo si los hubo o no.

En la iglesias las imágenes se recubrían con lienzos morados durante toda la Cuaresma, en la Semana Santa no había cine -que era lo que más nos dolía- y en la radio sólo se oía música clásica. Nuestra fe era muy rudimentaria, de primera comunión, con lo cual no puedo decir que viviésemos aquellos días con hondura espiritual, simplemente era un tiempo especial del que disfrutamos a nuestra manera.

El viernes de la semana de pasión, “Viernes de Dolores”, era el día de la patrona de Requena, Nª Señora de los Dolores, marcaba el inicio de la Semana Santa, al menos para nosotros dado que con él comenzaban las vacaciones escolares hasta después de Pascua. El Domingo de Ramos era costumbre estrenar algo, aunque fuese una nimiedad, lo cierto es que nos endomingábamos para ir a misa y asistir, o ver pasar, la procesión de los Ramos. No recuerdo mucho de ella salvo la belleza de las doradas palmas cimbreándose al ritmo de la procesión. Las hojas de palmera quedaban, posteriormente, colgadas en algunos balcones, en mi casa lo más que entraba eran las ramas de olivo que nos daban en misa.

De la Semana Santa, lo que en mi infancia me generaba más expectación eran las procesiones. Y por los comentarios de mis compañeros de Bachiller, creo que era, más o menos, igual para todos los niños y jóvenes. No sé como funcionaban las cofradías en Requena, solo sé que eran algo que organizaban las procesiones, que tenían “pasos” que se guardaban en las iglesias, que se afiliaban los chicos, pagaban un recibo, vendían lotería en Navidad... Creo que había cierta rivalidad entre ellas, según me comentan, pero no era un mundo en el que entrásemos las niñas. Ni sé como se llamaban los señores que andaban por medio de la procesión con algo parecido a una vara de mando y dando órdenes. Pero sí, y muy especialmente, recuerdo como me fascinaban los trajes de los capuchinos, que es como llamábamos a los cofrades. Aquellas glamurosas capas de raso me encantaban y eran objeto de deseo, máxime en aquellos tiempo de “cine de romanos”. No obstante, me tuve que conformar con ponerme en casa la capa de mi hermano y pasearme con ella por el pasillo. En aquellos tiempo las mujeres no podían salir de capuchinas. Lo más que podían salir eran con un traje negro, tocadas de teja y mantilla, acompañando a la Virgen. Pero esto, a mi, pese a la elegancia de la indumentaria, la extrínseca belleza de la filigrana del carey y la exquisitez de la blonda negra, no me gustaba. Me gustaba lo que vestían los chicos.

Había diversas cofradías. Que recuerde la primera que salía era la de La Oración del Huerto, lo hacía el Martes Santo, tenía un paso grande y hermoso, posteriormente adquirió el paso de La Virgen de las Angustias. Su indumentaria constaba de hábito morado y capa blanca, como el fajín y el capirote. A ella pertenecían, además de mi hermano Luis, Bernardo Gavilá y Toni Gresa, que lo recuerdan gratamente. Tenía su sede en el convento del Corazón de María, de los PP Claretianos y salía de allí, detrás de mi casa. Me parece que era una de las más numerosas. El Miércoles Santo, a las 11 de la noche, salía la Procesión del Silencio, con el Nazareno del Arrabal, solía hacer frío, pero íbamos a verla. En ocasiones la veía desde el balcón de casa, pues pasaba por delante, y realmente me impresionaba la expresión de aquel Nazareno mirando al cielo. Los cofrades vestían túnica y capa de color morado. A esta cofradía pertenecía Julián López Gorbe, que fue costalero por muchos años. En una de las cofradía, me parece recordar que era la que llevaba los pasos de la Flagelación y el Santo Entierro, vestían túnica y capa de color naranja, algo descoloridas algunas, bastantes años después los vi con túnica, capa y capirote de un hermoso y brillante color rojo, todos nuevecitos. Entonces no eran muchos. En la cofradía de la Vera Cruz, me parece recordar, había dos indumentarias diferentes, ambas en blanco y negro. Una llevaba túnica y capirote blancos y capa  negra, otra era un hábito de terciopelo negro y cuello de encaje blanco y lo vestían, al menos en mi infancia, señores mayores y niños, tenía capirote blanco, pero no solían usarlo, algo que no le gustaba a los jóvenes. No obstante hay algunas fotografías en las que si aparcen los cofrades con él.

El Jueves Santo salían unos cuantos pasos. No recuerdo el orden, pero iban las imágenes de La Oración del Huerto, el Nazareno de Arrabal, la Flagelación, el Cristo de la Vera Cruz, y la Virgen de los Dolores, cerrando la procesión, a la que acompañaba mucha gente del pueblo. El Viernes Santo salía también un Ecce Homo, el Descendimiento, que era un enorme paso, tal como me parecía entonces, el único que procesionaba sobre ruedas, y que había que ver la que montaban para bajarlo por la cuesta del Castillo. Finalizaba la procesión el Santo Entierro, flanqueado por unos impecables guardias civiles. Era un procesión, para entonces de una extensión considerble, y aún así me apenaba que se acabase. Todos los pasos me parecían hermosos, me gustaba verlos una y otra vez. Realmente ver pasar la procesión era algo que me gustaba, que disfrutaba, que me hacía feliz.

Pero desde nuestra perspectiva de niños lo que nos entusiasmaba era el cachucheo de los caramelos. Los capuchinos llevaban los bolsillos llenos de caramelos que repartían según se iban encontrando en el camino con familiares, amigos, conocidos o a quien le apeteciese dárselos. Yo, que era algo tímida, nunca se me ocurría pedir caramelos, pero me gustaba que me diesen y, ciertamente, como recuerda Bernardo, nos fijábamos en los zapatos para identificarlos por los pies y esperar a ver si nos daban algún caramelo, otros niños lo pedían sin mas. Entre los caramelos, Toni Gresa recuerda especialmente unos en forma de aceitunas y de color verde. Niños que luego ingresarían en las cofradías y se harían costaleros, palabra que yo nunca oí hasta venir a Andalucía. No sé como se les decía entonces, y eso que mi hermano Luis, que era un buen mozo alto y fuerte, durante muchos años salió llevando “en andas” el paso de la Oración del Huerto, que pesaba lo suyo pues lo portaban entre cuarenta y ocho varones, veinticuatro delante y otros tantos detrás. Mi hermano volvía con los hombros machacados y mi madre le daba un linimento o algo así. También nos gustaba mucho ver correr el Pendón de la Vera Cruz. Iba un señor mayor llevando el estandarte y unos niños pequeñitos llevando los extremos y me parce que unas borlas. En algún momento aquel señor echaba a correr y los niños también corrían, casi siempre dando traspiés. Hay una fotografía en Internet de don Rafael Bernabeú llevando ese pendón en 1953.

Las procesiones por excelencia, por el mayor número de pasos y por su duración, eran las del Jueves y Viernes Santo, duraban casi toda la tarde. Salían cuando terminaban los oficios religiosos, de los que recuerdo que no se tocaba la campanilla que guiaba a los fieles a lo largo de las celebraciones litúrgicas, sino una carraca. A lo largo de las calles la gente iba tomando posición para ver pasar la procesión, hasta se sacaban sillas de las casas para esperar, formando un entretenido ambiente. Pero los niños no podíamos parar en ningún sitio concreto. Al comienzo de la tarde ya salíamos a pasear por la Avenida y esperar la hora de salida de la procesión. Eran momentos en los que los chicos vestidos con sus trajes de capuchinos, pero a cara descubierta, con el capuchón en la mano, faroleaban un poco ante las chicas. En realidad teníamos que ver pasar la procesión en varios sitios. Nos ubicábamos en uno y todavía no había terminado de pasar copleta cuando ya estábamos corriendo para esperarla en otro. Recuerdo que me gustaba verlas salir del templo del Carmen, o al principio de la calle Verdú Diana, y salir corriendo para verla en la Glorieta, o en el Portalejo. Si subía hasta el Corazón de María por la calle la Plata, allí la esperaba y si giraba por mi calle, la Carretera, la esperaba en mi casa o en la Cuatro Esquinas, para salir corriendo al terminar y, por los callejones de Marco y Marquillo, salir a esperarla a la plaza.

El Viernes Santo era un día completito. Además de la procesión de la tarde, había dos procesiones especiales y la visita a los “monumentos”. En la madrugada tenía lugar la procesión de Los Pasos, a la que sólo asistí ya de jovencita, dado que salía muy temprano, a las 6 de la mañana, pero de niña recuerdo “oírla” y asomarme al balcón a verla pasar por las Cuatro Esquinas. Y digo “oirla” porque los cantos no solo, en el silencio de la madrugada, se oían desde lejos, sino que para mí eran “muy raros”. Mucho tiempo después aprendí que se trataba de motetes, interpretados por unos cantores que venían de Valencia todos los años. Era una procesión realmente singular, en realidad se trataba de un Vía Crucis, pero las imágenes de la Virgen y Jesús Nazareno, que se custodiaban en la ermita de San Sebastián, era de un sobriedad proverbial, además de despertar una gran devoción popular. Julián López Gorbe me recuerda que él y otros jóvenes se juntaban de madrugada en el Mesón del Vino para ensayar los cantos, luego iban hasta la iglesia del Salvador, de donde salía la procesión, para bajar, tal vez por la cuesta del Castillo, y subir por la calle Las Monjas hacia la Carretera, que era donde yo la oía. Desde allí iniciaba la subida a las Peñas por la calle San Luis, hasta terminar en la plaza, ante la ermita de San Sebastián. De esta singular procesión quedan interesantes muestras en unas fotografías que recientemente ha aportado Luis Ramos González. Para los buenos “peñeros” como Toni Gresa, ésta era la mejor procesión de toda la Semana Santa.

Lo que nunca entendí es la costumbre de ir después a "comer pasteles". Finalizada la procesión se enfilaba el camino de las pastelerías a comprar merengues o pasteles de crema y, a continuación, se marchaban a comerlos al campo, a parajes como el Estanque o en el Nacimiento. En ocasiones no llegaban los pasteles porque se comían por el camino, y al arribar al sitio elegido más bien había que lavarse, porque los chicos andaban llenos de merengue o crema. Pero los jóvenes lo pasaban muy bien, yo fui en alguna ocasión, de alguna manera preludiaba los deliciosos días de la Pascua.

La procesión de la Soledad, he de reconocer más de medio siglo después, fue la que a mí, más me impresionó o más huella me dejó. Desde bien pequeña salía en ella, acompañando a mi madre. Casi siempre nos incorporábamos a la procesión cuando pasaba por casa, porque el Viernes Santo se cenaba tarde, debido a la duración de la procesión de la tarde, y la de la Soledad salía a la 11. Aun así recorríamos todo el trayecto desde mi casa, por el resto del tramo de la calle Generalísimo, bajábamos por Norberto Piñango y subíamos hacia la Villa, atravesando Cantarranas, por la cuesta del Cristo y por la calle homónima salíamos a la plaza de la Villa en dirección a la calle de Santa María, para iniciar el descenso por la Cuesta de San Julián o de las Carnicería. El trayecto de la Villa resultaba impresionante porque en aquellas estrechas calles, escasamente iluminadas, destacaba la interminable guirnalda de luz que formaban las velas que  portaban las mujeres y el silencio sepulcral, que envolvía aquellas viejas casas, solo era interrumpido por el rezo del rosario. Iban casi todas las madres del pueblo con sus hijas. Al menos yo recuerdo una inmensa hilera de mujeres y niñas. Cada cierto tiempo había relevo de las mujeres que portaban a la Virgen, todas quería tener su momento de amor llevando sobre su hombros a la Madre Dolorosa, acompañándola en silencio en aquella noche que el Hijo ha muerto. La llegada al Carmen, a dejar a la Virgen en su casa, era apoteósico. Aquella Salve Regina en latín cantada por todas aquellas mujeres, con auténtica devoción, era tan intensamente vivo que pervive en mi memoria como uno de los más impactantes de mi vida. Es más, incluso cuando volvía en Semana Santa en los años que yo anduve apartada de toda práctica religiosa, no pude dejar de asistir a la procesión de la Soledad. La intensa vivencia infantil fue superior a mis trasnochados prejuicios  y a mi ignorancia en materia de espiritualidad cristiana.

El Viernes Santo también se iba a “recorrer los monumentos”. En cada iglesia se hacia una Exposición del Santísimo en medio de una, por lo general, exquisita decoración. Al menos a mi me gustaban mucho. No había convento con capilla ni iglesia que no tuviese su “monumento”. Desde el Carmen y el Salvador, a la capilla de San Francisco, en el hospital de la Loma, pasando por el colegio de la Consolación, los conventos de las Agustinas, de los Dominicos y el del Corazón de María, recorríamos el pueblo con nuestras mejores galas, era un día especial.

Tras la procesión de la Soledad se acaban las procesiones. Litúrgicamente ya no había más celebraciones hasta el Domingo de Resurrección. Supongo que habría alguna Vigilia Pascual, aunque no recuerdo ir a ninguna. Pero quedaban los tres días de pascua ¡Qué días!

A poco kilómetros de Requena, en Chiva, población a la que iba con frecuencia a casa de unos amigos de mis padres, se celebraba de otra manera. La noche del sábado al domingo, a las 12 en punto las campanas de la iglesia comenzaban a sonar y sonar, al día siguiente había una procesión llamada del “Encuentro” en la que la Virgen, que residía en el Castillo, era bajadas hasta el pueblo y allí se encontraba con Jesús resucitado. Había mucha fiesta. Y allí también se celebraban, como en toda la provincia de Valencia, los tres días de Pascua. Recalco esto porque es algo que me sorprendió al llegar a Andalucía. Aquí no se celebraba la Pascua como allí. Pero esto ya responde a mi vida adulta, no a los recuerdos de mi infancia.

sábado, 5 de marzo de 2016

7 de marzo: Santo Tomás de Aquino, Fiesta en el Instituto

En el Instituto viejo con don Cándido (1)
Durante los siete años que duraron mis estudios de Bachiller en el Instituto de Requena, del curso 1961-1962 al de 1967-1968, el 7 de marzo, festividad de Santo Tomás de Aquino patrón de los estudiantes, se convirtió en una de las fechas más importantes de mi vida, no solo del calendario escolar sino de todo el año. En aquellos años, el día que se celebraba la fiesta en honor del sabio y santo patrón de las universidades y centros de estudio católicos era el 7 de marzo, fecha del aniversario de la muerte del Aquinate, y no el 28 de enero, que fue el día que tras ser canonizado, se trasladaron sus restos mortales a Toulouse. Ese día era fiesta en cada instituto, no sé como lo celebrarían en otros centros de otras poblaciones, pero en Requena, pese a que apenas recuerdo los detalles, revestía tal carácter de algo tan especial que permanece en uno de los lugares de honor de mi memoria. Y yo, cada 7 de marzo, rememoro aquella entrañable fiesta que celebrábamos en el Instituto. Este año lo hago intentado plasmar por escrito algún retazo de tan feliz y maravilloso día.

El viejo Instituto, junto al Carmen
Me gustaría poder ir describiendo año a año cada uno de los días de aquella fiesta, pero mi memoria no recuerda tanto, tan solo fragmentos aislados, pequeñas teselas sueltas de aquel gran mosaico, escenas que se entrelazan a modo de un tráiler de película.

El día señalado, por la mañana, cuando llegábamos al Instituto encontrábamos el aula de estudio, en el viejo edificio de la calle del Carmen, o el vestíbulo del flamante edificio al final de la Avenida, plagado de dibujos y comentarios satíricos sobre el profesorado, aunque no sé quienes hacían estos dibujos. Posiblemente, antes de entrar ya se habían pertrechado los alumnos de los pertinentes cornetines, como recordaba Ricardo Hernández y que mareaban cantidad, como bien rememora Bernardo Gavilá. El uso de los cornetines, al menos en los primeros cursos, ha quedado inmortalizado en la foto que tenemos con el profesor don Cándido Pérez Gasión en el patio del viejo Instituto. Luego había algún acto especial, por ejemplo el grupo de chicas bailando la jota y otros bailes requenenses con los trajes típicos.
Encuentro de fútbol (2)
Para los chicos lo más importante, al menos es lo que mejor recuerda Julián López Gorbe, era el partido de fútbol que se celebraba en el Campo de Fútbol que entonces estaba junto a la Plaza de Toros, y allí estaban muchas de las compañeras animando a su equipo, encuentro del que también tenemos testimonios fotográficos.

7 de marzo de 1965 (3)
Por la tarde, algunos de los alumnos del curso solíamos juntarnos a merendar, años después nos juntaríamos para comer ese día tan señalado. En aquella Requena de comienzos de los sesenta ya no había hambre, pero se mantenía la austeridad en las de comidas, de ahí que merendar o comer en un restaurante fuese algo extraordinario. Creo recordar que en los primeros cursos sólo nos juntamos para merendar, que no era poco, en el restaurante del hotel La Favorita. Y tras una larga sobremesa y algún paseo por la Avenida nos disponíamos a ir al teatro principal a ver la función que habían preparado “los mayores”, los del último curso.

En la función del  7 de marzo de 1964
Asistir a la función de teatro que se representaba en el Teatro Principal constituyó uno de los rituales más importantes de aquel día. El núcleo central lo constituía la pieza teatral interpretada por los alumnos de sexto curso, aunque podía recurrirse a algún alumno de otro curso, como pasó en la nuestra. Antes de la obra había algún otro tipo de entretenimiento, algún espectáculo que, sinceramente, no recuerdo nada más que aquel en el que participamos las chicas cuando estábamos en tercer curso. Merche Fillol, que era la profesora de Educación Física, propuso escenificar una poesía Mi novia, del poeta requenense Venancio Serrano Clavero que describía trajes, y bailes y otros aspectos de las diversas regiones españolas. Se colocó un mapa gigante de España, me parece que se rellenó de papelitos de papel seda de colores, como los de las carrozas en la Fiesta de la Vendimia, cada región llevaba un color y una gran cinta colgaba de su capital. Conforme la profesora iba recitando la poesía y evocando cada región salían dos niñas, una por cada lado del escenario, se acercaban al centro y cada una de ellas cogía la cinta que le correspondía en el mapa. A mi me tocó la de Madrid e iba vestida de madrileña. Pasé un cierto sofocón, pero al fin y al cabo no tenía que hablar. Tres años después fue diferente, sí me toco hablar porque ya estábamos en sexto y, aunque mi papel en la función no fue muy largo, “me tocó hablar”. La verdad es que nos tocó a todas las chicas porque éramos muy pocas, es más como en la obra había cinco personajes femeninos tuvimos que echar mano de compañeras de otro curso.

Cartel de la obra del 7 de marzo de 1967
La obra de teatro que representamos fue Aprobado en inocencia, de Luis de Peñafiel y en ella Mª carmen Jarillo asumió el papel principal de Evelin Sheldon, Elvira Salinas el de Winkie Wollcott, yo el de Ada Wollcott, las otras dos fueron Angelita García en el papel de Dolly y Mª Dolores Erans en el de Mara, creo que estaban en 5º curso. En cuanto a los personajes masculinos fueron interpretados por Juan Antonio Pérez Salas y José Argiles como los hermanos Tom y Jack Sheldon. Recordaba Mª Carmen Jarillo que para el papel de padre ningún alumno le parecía el adecuado a don Cándido, nuestro profesor de Lengua y Literatura que había elegido la obra, y se recurrió a Felipe Gallego, que ya había terminado el Bachiller. El resto de compañeros hicieron de apuntadores, regidor de escena, etc. El director de la obra fue Ramón Llobregat, gran aficionado al teatro y que formaba parte de un grupo de requenenses que interpretaban obras de teatro.

Después de la función Aprobado en Inocencia (4)
La función de teatro servía para financiar el viaje fin de Bachiller. Con la venta de las entradas se pagaba el alquiler del teatro y los gastos derivados de la función. Cuenta mi hermano Luis que hacía falta un telón, tanto para la función de Requena como para la que hicimos posteriormente en Camporrobles, y hubo que ir a Valencia para alquilarlo. La recaudación en Requena, según recuerda mi hermano, había sido buena porque todos los alumnos estabamos comprometidos en vender el cupo de entradas que nos había sido asignado y conseguimos venderlas entre familiares y amigos, además en los entreactos se hicieron dos rifas, pero en Camporrobles no se había anunciado y no fue casi nadie, en consecuencia perdimos algunas pesetillas, pero eso sí, nos divertimos mucho. Me parece que antes de entrar en escena alguien nos daba algo de beber que, incuestionablemente, nos desinhibía. El problema luego, era contener la risa.

En el campo de fútbol, 1964 ó 1965 (5)
El día de Santo Tomás era un gran día, como comentaban Bernardo y Julián, no había clase, pero íbamos al Instituto. En realidad el Instituto era nuestra segunda casa, pasamos muchas horas de nuestra vida en él, posiblemente no todos disfrutaran en las clases, pero la mayoría íbamos avanzando paulatinamente por el camino del saber y del conocimiento, unos más lentos, otros más rápidos. También nuestras horas de juego, porque la hora del recreo era alegre y bulliciosa, los grupos de amigas y las confidencias, los bocadillos de entonces... en definitiva, el Instituto entra a formar parte de nuestra vida en “aquellos maravillosos años”.

(1) De izquierda a derecha y de abajo arriba: Joaquín Cebrián, José María Martínez, Antonio Yeves, Andrés Cuéllar, JuliánLópez Gorbe. Agustín Redondo, Luis Piqueras, Ricardo Hernández, Álvaro Atienza, José Gómez Martínez. Bernardo Gavilá, Antonio Gresa, Arturo Gómez, Antonio López, José Luis Ibáñez. Mario Laguna, Francisco Martínez, José Antonio Martínez Pérez, Mario Ortíz. Mª Pilar García Lorente, Dolores, Matilde Pérez Núevalos, Mª Carmen Jarillo, Elisa Agulló, Elvira Salinas, Teresa Roda, José Antonio Sánchez. Teresa Ramos García, César Roda, Juan Bautista Montagut, don Cándido Pérez Gasión, Mª Carmen Martínez.
(2) Encuentro de fútbol. De izquierda a derecha y de abajo arriba: 1ª fila Miguel Martínez, Arturo García, José María Martínez López, Rami, Pedro Gilabert Tamarit, Bernardo Gavilá. 2ª fila: Vicente Jauzarás, Julián López, Adolfo Barbero, José Luis Lahiguera, Jose Argilés y de portero Vicente López.
(3) De izquierda a derecha y de abajo arriba: ?, Matilde Pérez Nuévalos, ), Marijuli Haba, Teresa Ramos, Mª Lidón Brea Diago, Mª Carmen Martínez, Francisco Sánchez, Andrés Cuéllar, Dolores, Teresa Roda, marina Pérez, Elvira Salinas, José Argilés, Dulce Nombre Agraz, Rosario Serna, Antonio Lahiguera, César Roda.
(4) De izquierda a derecha y de abajo arriba: Luis Piqueras, José Gómez Martínez, Julián López, Antonio Yeves, Fernando Latorre, Francisco Sánchez, Carlos Vila, Mario Laguna, Emilio Ramos, José Antonio Pérez-Salas, Exuperio Diez. Adolfo Barbero. Mario Ortíz, José Argilés ,Vicente Jauzarás, Mª Carmen Jarillo, Isidora Sevilla Palacios, Mª Carmen Martínez, Elvira Salinas, Antonio Latorre, Mª Dolores Erans, Angelita García, Felipe Gallego. Luis A. Martínez, Eduardo Ramos, José Antonio Sánchez.
(5) De izquierda a derecha y de abajo arriba: Luis Piqueras, Rami, José Antonio Martínez Pérez, Aturo García Cerdá. Adolfo Barbero, Julián López, Vicente Jauzarás, Álvaro Atienza, Bernardo Gavilá, José María Martínez, José Gómez. Francisco Martínez, Dulce Nombre Agraz, Matilde Pérez Nuévalos, Mª Victoria Pérez Nuévalos, Dolores, Marina Pérez, Mª Carmen Jarillo, Elvira Salinas, Francisco Sánchez, Mario Laguna, José Antonio Sánchez.